Alfonso Diez García

Cronista de Tlapacoyan

alfonso@codigodiez.mx

Buscadores de tesoros

A mediados de los setentas tuve la oportunidad de tratar con diversos buscadores de tesoros. Dirigía el diseño y fabricación de detectores en Detectores, S.A. y, aunque teníamos equipos electrónicos para detectar armas (tipo arco), humo, fuego, fugas de agua, electricidad y otros, los más buscados eran los portátiles que detectaban metales.

En una ocasión, poco antes de que dijera adiós a la empresa para poner una propia, Vicente Contreras Vázquez, el dueño y con quien tenía una buena amistad, me dijo que había estado en Tlapacoyan buscando un tesoro enterrado, pero no sería sino hasta dos décadas después cuando me contó todos los detalles. Me sorprendió entonces porque hasta un familiar mío estaba involucrado en la aventura (llamémosle así), como veremos más adelante.

Contreras escribió varios libros acerca de la búsqueda de tesoros. Por nombrar algunos: "Secretos de la localización de tesoros", "Millonario en una noche", "El Tesoro de Moctezuma se Asoma", "Historias de Tesoros" y "Radiestesia" (no creo en este campo, por cierto). Hay muchos otros relatos, de diversos autores, pero las historias que contaron Martín Luis Guzmán y Rafael F. Muñoz son inolvidables. El primero, en las "Memorias de Pancho Villa", dice que cuando Villa atacaba Torreón (creo que ésta era la ciudad), llegó a verlo el jefe de la oficina de Telégrafos del lugar para informarle que tenía una buena cantidad de oro (no recuerdo porqué razón) y que la había enterrado, que en cuanto entraran a la ciudad le iba a indicar el sitio exacto en que estaba oculto. Una vez tomada Torreón, Villa mandó por el funcionario, pero su asistente le informó que éste había muerto en la acción. Muñoz, por su parte, en "Oro, caballo y hombre", relata que cuando el temible general Rodolfo Fierro, separado ya de Villa y en su huida, el 13 de octubre de 1915, intentó cruzar la Laguna de Guzmán, ubicada cerca de Nuevo Casas Grandes, Chihuahua, pero llevaba tal cantidad de oro escondido en las alforjas sobre su caballo y en su persona que se hundió con todo y el animal; no quiso desprenderse de la fortuna que cargaba y perdió la vida con ella. Años después, dice también el novelista, se vio a un grupo de japoneses explorando la laguna, con la intención de rescatar el oro.

Diversas películas tratan el tema de los que buscan tesoros, una de ellas es Cuidado con el Amor, con Elsa Aguirre, Pedro Infante, El Piporro y Óscar Pulido. En ésta, los tres últimos se dedican toda la película a buscar el tesoro enterrado en una vieja casa, hasta que al final, tras hacer explotar un muro lo encuentran.

El Tesoro de la Sierra Madre, la magnífica novela de B. Traven, también fue llevada a la pantalla; en la cinta, Humphrey Bogart, Walter Huston, Tim Holt y Bruce Bennet encuentran su tesoro, pero "El Indio" Bedoya les cobra la factura, de una manera trágica.

La leyenda del Tesoro Perdido, con Nicolas Cage, y La Isla del Tesoro, basada en la magnífica novela de Robert Louis Stevenson son otras de las muchas películas que se han hecho sobre tesoros ocultos.

Ahora que están de moda las nuevas Apps para celulares y los dispositivos que los convierten en equipos de otro tipo, sería buena idea que alguien desarrollara lo necesario para que funcionen como detectores de metales, de electricidad y/o de lo que reclamen los nuevos tiempos.

Hay busca tesoros que utilizan estrategias muy personales para lograr su objetivo. Algunos creen que cuando van a intentar desenterrar algo de valor tienen que pedir permiso al muerto que hizo el entierro. Otros utilizan la Radiestesia que, en síntesis, afirma que el oro, la plata y otros minerales emiten radiaciones electromagnéticas que se pueden percibir por medio de cierta horquilla, un péndulo o dos varillas acomodadas en determinada posición. Ambas son producto de la ignorancia. Lo cierto es que un equipo detector de metales puede servir para saber si hay un metal enterrado, que puede ser cualquiera, hasta hojalata, pero las circunstancias del entierro, los que lo hicieron y el lugar donde lo llevaron al cabo, pueden dar pistas para determinar las posibilidades de encontrar algo de valor.

Pero, en fin, volvamos a la parte central de nuestra historia. Tras despedirme de Detectores, S.A. me asocié con otras personas para fundar Grupo Electrónico Internacional, y poco tiempo después me avoqué de lleno a mi pasión, investigar y escribir. Desde niño lo comencé a hacer y colaboré en diversas revistas con artículos de historia, análisis político, editoriales y reportajes. Al comenzar los noventas dirigía una revista de circulación nacional cuando me encontré con Vicente Contreras durante el estreno de una obra de teatro al que me había invitado mi amiga, Thalina Fernández. Me dijo entonces Vicente que tenía que hablar conmigo de algo importante, así que lo invité al festejo anual de la revista, que se realizaría unos días después en un salón de la avenida de los Insurgentes, en la Ciudad de México. Había verdadera estimación de ambas partes.

Contreras llegó con su esposa y estaba feliz porque lo presenté con mucha gente del espectáculo, el periodismo y la política nacional. Antes de irse me llamó aparte y me confió todos (o casi todos) los detalles de la ocasión en que fue a Tlapacoyan a buscar un tesoro.

"Usted es de Tlapacoyan, conoce a su gente y nadie mejor que usted para saber qué hacer a partir de lo que le voy a contar", me dijo. "Ni siquiera quisiera yo que se enteraran en mi familia, porque los pondría en peligro".

En resumen, me contó que poco antes de que yo trabajara con él lo habían ido a ver a su negocio de detectores dos personas, una de San Rafael y otra de Tlapacoyan, para pedirle que los acompañara a buscar algo que tenían la certeza de que estaba enterrado en cierta casa de Tlapacoyan, pero no sabían en qué lugar exacto. Él los interrogó, como siempre lo hacía y quedó en que iría con ellos a hacer la localización a cambio del pago de un porcentaje determinado de lo que encontraran.

El de San Rafael no recuerdo cómo se llamaba y del de Tlapacoyan sí me dijo su nombre, pero permítanme no revelarlo. Le llamaremos el señor X. Me sorprendió saber quién era porque durante toda mi vida lo traté como alguien de mi familia, que lo fue; mi prima, su esposa, era ya su viuda. Muchas Navidades, cenas de Año Nuevo, bodas y reuniones en su casa o en la de nosotros la pasamos juntos. Tengo recuerdos inolvidables tanto de él como de mi querida prima y de sus hijas e hijos.

El caso es que llegó Vicente a la casa en Tlapacoyan en que se iba a hacer la búsqueda, guiado por el señor X y por la otra persona, de San Rafael. "Pasó" dos o tres tipos de detectores por los lugares que él pensaba podían ser los idóneos. Fueron a otra propiedad en las afueras de la ciudad e hizo ahí la misma operación. Yo conocía perfectamente la manera de trabajar de Contreras; antes de hacer el trabajo de campo con los equipos que llevaba, interrogaba a profundidad a quienes lo contrataban para, primero, determinar si era posible que existiera en realidad algún entierro de dinero, monedas de oro y/o plata, joyas; y después, si aceptaba el trabajo, ya en el lugar, ubicar cuáles eran aquellos sitios donde alguien hubiera podido esconder algo de valor. Me contó muchas de sus experiencias a lo largo de los años que trabajé con él. Todas eran diferentes, pero tenían puntos en común.

A la mitad del segundo día de trabajo en Tlapacoyan, Contreras habló con sus empleadores y les dijo que quería cambiar los términos del trato con ellos: en lugar de que le dieran un porcentaje de lo que encontraran les iba a pedir determinada cantidad de dinero. Ellos le preguntaron si esto lo hacía porque veía difícil que hubiera algo enterrado y él les respondió que al contrario, veía muchas posibilidades de que tuvieran éxito, pero ellos estaban armados y no quería correr el riesgo de que lo mataran para no darle su parte, que podía ser una gran cantidad de dinero, de acuerdo con su experiencia. Ellos aceptaron, le pagaron tres días, contando con que habría un día más de trabajo, Vicente depositó el dinero en el banco y continuaron.

Al tercer día, por la noche, se sentaron los tres a tomar un café en la cocina del lugar y Vicente les volvió a hacer sus preguntas acostumbradas acerca de quiénes habían sido los dueños del lugar, cuándo y a qué edad habían fallecido, ¿el que enterró lo que buscaban era hombre o mujer? ¿a qué se dedicaban? Pero los otros dos se exasperaban y le preguntaron si ya se daba por derrotado, si iba a necesitar más tiempo para encontrar lo que buscaban. Contreras les respondió que ya sabía donde estaba "el entierro". "Está en esta pared, aquí, en la cocina" y señaló hacia un punto determinado. Los otros se levantaron de inmediato y fueron por las herramientas necesarias. perforaron en el lugar señalado y efectivamente, ahí estaban varias ollas de barro. Las sacaron y todas contenían monedas de oro.

Vicente se fue a dormir a su hotel y al otro día temprano se regresó en autobús a la Ciudad de México. No volvió a ver a quienes lo contrataron. Era un hombre con una gran experiencia en ese campo y un gran conocedor de la naturaleza humana. Una magnífica persona.

Volvamos, años después, al punto en que me estaba relatando lo que ahora yo repito. "Pero hay algo que no les dije a ellos y que ahora quiero que sepa usted", me dijo muy serio; "Hay más oro en ese lugar. Durante mis prospecciones localicé otro punto en el que estoy seguro de que hay más oro. Estuve a punto de decírselos, pero la actitud del que no era de Tlapacoyan no me gustó y ya no les dije nada. Obviamente, yo no podría regresar jamás a ese lugar, porque iban a sospechar y me podían hacer algo. Nada más piense usted, cómo entro. Si esto, por otra parte, se lo digo a mi familia, son capaces de que van a ir el día que yo falte y como usted sabe, tengo puras hijas; dígame si las voy a exponer".

Vicente me dejó más que sorprendido y con muchas preguntas: ¿Dónde estaba esa casa? ¿Dentro o fuera de Tlapacoyan? (habían estado en propiedades dentro y fuera de la ciudad). ¿Cuál era la dirección, o cómo se podía llegar al lugar? ¿Fue en casa de alguno de ellos? Ya era tarde. Su esposa nos esperaba para salir del festejo con Contreras, pero él me ofreció: "No, no era la casa donde viviera alguno de ellos, pero no se preocupe, ingeniero, le voy a hacer un croquis de cómo llegar. Deme unos días y se lo entrego. Ya le dije lo principal, así que le voy a dar ese dato. Cuente con él:"

Era sábado y quedamos en hablar el miércoles siguiente. Llegó el día y llamé con mucha discreción, como él me había pedido, pero me informaron en su oficina que no se había presentado a trabajar. Llamé a su casa y supe que estaba enfermo. Le dejé recado con una empleada. No quise ser inoportuno y dejé de llamar varios días; una o dos semanas después me encontré con un amigo mutuo, Andrés Gómez Farías, quien me dio la pésima noticia: "Vicente falleció, tenía cáncer; acabo de estar con su esposa y, por cierto, estuvimos hablando de ti". ¿De qué? Le pregunté, con la esperanza de que Contreras me hubiera dejado algún recado, algún sobre. "Del tiempo que trabajaste con ellos, la señora se expresa muy bien de ti", me respondió.

El señor X falleció, así que ya no era posible hablar con él para decirle que había que buscar en la misma propiedad donde Contreras me dijo que habían encontrado oro. El único que podía revelar algo sería el de San Rafael, pero, ¿Quién era?

Me han contado en Tlapacoyan de otras búsquedas de tesoros, con y sin detectores. No podría decir si en alguno de los casos se trate de la misma casa en la que estuvo Vicente; y, por otra parte, cuando alguien tiene éxito en su búsqueda, difícilmente cualquier otra persona se va a enterar.

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