José Lanzagorta Croche

jlanzagort@yahoo.com

La labor del cronista

A mi amigo Alfonso que ahora ostenta este honroso título en mi pueblo

 

La microhistoria se interesa por el hombre en toda

su redondez y por la cultura en todas sus facetas.

Luis González y González

El cronista escribe y describe el acontecer diario, en este caso, al ser cronista de tu lugar de origen, la historia se hace más pequeña, y tal vez muchas veces menos trascendente, pero no por eso menos interesante, los cronistas son los tornillos y tuercas de ese gran mecano que, gracias a la incesante labor de representación diaria va formando nuestra historia, son los tabiques de la gran estructura que forma el edificio de la historia, nos dan razón de ser, y al ubicarnos en el tiempo y enseñarnos nuestro pasado, nos dan la consciencia de lo que somos, fuimos y seremos ya que como dijo Napoleón: “Hay de aquél pueblo que olvida su historia porque está condenado a repetirla”, o lo que aseveró, con cierta jiribilla Openheimer que: “Sólo tiene futuro aquél que investiga en el pasado, porque investigando en el pasado, se puede redescubrir el futuro”.

 

Tu labor cronista, enriquece y nutre nuestra vida, al haber más cronistas nuestra historia estará mejor documentada y tal vez, en alguna ocasión, uno de ustedes llegue a ser una piedra angular en algún evento importante en la macrohistoria, no lo sabemos pero, ¿qué hubiese pasado si hubiera existido un cronista en el pueblo de Dolores la madrugada en que el cura del pueblo, al saber que había sido descubierta la conspiración decide dar inicio a la lucha por la emancipación? Seguramente tendríamos una información mucho más extensa a la que se le atribuye al cura Hidalgo sin que sepamos cuánto fue inventado posteriormente, por eso, documentando vacíos que tal vez ahora no son notados, ustedes van haciendo una historia más rica y completa.

 

Quisiera regalarte, amigo cronista una reflexión que, por lo filosófico del tema, seguramente engendrará alguna polémica, algún sentir que enriquecerá la opinión vertida, y con esto me sentiré pagado y honrado por la distinción que tienes al considerarme tu amigo y permitirme decirte unas palabras, el juego —llamémosle sí— es el siguiente:

 

Dicen que aquello con lo que más familiarizados estamos es lo que más trabajo nos cuesta definir; pregúntenle a un músico qué es la música, o a un físico relativista qué es la nada, y seguramente verán el problema conceptual en el que los meten. Y es que llegar a la formación de un concepto es un proceso lento e intuitivo, a la par que tedioso. Es entablar la lucha interior entre nuestro "buen mundo", en donde todo ya tenía su lugar establecido, y este nuevo mundo, momentáneamente absurdo o parado patas arriba, hasta que finalmente se hace la luz y orgullosos contemplamos que el nuevo orden es mejor; es mejor porque caben más ideas y éstas son más ricas. El caos ha sembrado nuevamente al cosmos y se quedará así hasta que una nueva crisis lo vuelva a tambalear para formar un nuevo cosmos, más rico aún. Este es el infinito y circular juego del aprendizaje.

 

Mi pregunta es, como ya lo habrás intuido… “¿Qué es historia?” y aquí te va una cascada de posibilidades, para que las analices… Es la forma en que una cultura rinde cuentas de su pasado, es decir que esperamos, sea una memoria escrita y con visos de veracidad y de objetividad y por supuesto que nos narre algo que tenga interés para el hombre. Para evitar la distorsión de la memoria, la historia se remonta a la escritura, y por tanto suponemos que sólo se aleja unos miles de años atrás, pero si hoy en día leemos entre líneas la prensa escrita, o ponemos en duda lo que dicen los noticieros de la radio y televisión, no existe ninguna razón para no dudar de lo escrito hace miles de años, pues a fin de cuentas buscaban contar y engrandecer la figura de quien había obtenido una victoria. Pero lo escrito nos arroja una luz de un acontecimiento y la época aproximada del suceso, sin embargo, conforme avanzan las ciencias vemos que nuestras posibilidades de leer lo que antes hubiese sido impensable, se hace cada día más común, por eso me pregunto, si no sería aconsejable redefinir y ampliar el marco de lo que conocemos como historia, por ejemplo, hemos aprendido a leer en las rocas, comprendemos cada vez con mayor precisión lo que nos dicen los fósiles o los anillos concéntricos de los tallos de los árboles y ahora, estamos aprendiendo a leer el genoma. Gracias a esto, sabemos ahora ya, sin lugar a dudas, que el chimpancé es en más de un 98% similar al hombre, que hace aproximadamente 5 millones de años a un grupo de éstos que vivían en África, a orillas del Mediterráneo, se les pegaron dos cromosomas, dando lugar a una nueva especie, que en el devenir de los años acabó por dar paso al hombre y podemos así definir lo que Darwin solamente pudo intuir.  

 

La historia oficial justifica las estructuras del poder, el hombre la mira con desconfianza, sabe que no es la única y comprende que no es infalible. Si en nuestra enseñanza de la historia se soslayó la colonia, fue porque a los hombres de la naciente república les parecía oprobioso el haber sido esclavos de una potencia, y aún ahora estudiamos sólo al primer virrey, ya que es necesario para darle continuidad a la historia y a los últimos, porque con ellos vivimos el germen de la conspiración que habrá de dar como resultado la patria que hoy habitamos… La Plaza de Armas de la capital se llama Plaza de la Constitución, porque Calleja la bautiza así en nombre de la Constitución de Cádiz, situación que lo hace sospechoso a los ojos del rey, pues abrazar una constitución liberal, de alguna manera es el preludio a intentar separarse del reino. Ahora a esa plaza la conocemos como Zócalo y es el único zócalo del mundo, lo que pasa es que en la última de las once veces que Antonio Severino de Padua López de Santa Anna y Pérez de Lebrón fue presidente, prometió hacer un monumento a los héroes que nos dieron patria en ese lugar (por cierto, incluyó a Iturbide) y sólo logró hacer el basamento o zócalo y la gente, para burlarse de una promesa incumplida, empezó a llamar a la plaza de armas “El Zócalo”.

 

Es por todas estas cosas y muchas más que intuimos, que la historia se equivoca, se distrae, se duerme y se pierde, sabemos que nosotros la hacemos y ella es nuestra, y que como nosotros, también ella es impredecible. Al fin y al cabo, siempre somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.

 

Nuestra identidad siempre será la interesante síntesis de nuestras contradicciones.

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