Alfonso Diez García

Cronista de Tlapacoyan

alfonso@codigodiez.mx

Un filósofo con los rotarios en Tlapacoyan

Su misión era servir a la humanidad

¿Es el filósofo un hombre solitario? El doctor Ambrosio, evidentemente, lo era. Seguía solo la senda que el destino le había trazado. ¿Tenía familia? ¿Amigos? ¿Algún hogar dónde llegar cuando las jornadas lo tuvieran agotado? Pero no era un hombre sin rumbo, lo tenía perfectamente claro.

¿Es el filósofo un hombre solitario?

El caso que voy a relatar es conmovedor. No podía dejarlo fuera de estas crónicas; más que eso, tenía que estar. Un individuo con todos los años encima, tal vez noventa, medio calvo, vestido con una combinación de saco sport y pantalones verdaderamente gastados, lo mismo que los zapatos, sin combinación de colores posible y cargando un pesado portafolios, amplio, grueso, color negro, se presentó un día en Tlapacoyan en la presidencia municipal solicitando que se le contratara para dar una conferencia acerca de un tema específico de filosofía. Quería demostrar a los que quisieran escucharlo porqué no era posible que Dios hubiera creado el mundo.

Pero, permítanme antes delinear el contexto de lo que sucedió. Mi pasión ha sido siempre la filosofía, casi desde niño me enfrascaba en discusiones acerca de qué había sido primero, la materia o el espíritu. En este sentido, he sido un poco vago respecto a mi pensamiento a profundidad sobre el tema en estas crónicas y ofrezco, en consecuencia, una disculpa a mis apreciables lectores, pero les agradeceré que vean desde mi punto de vista el misterio en que he mantenido esta posición: Muchos de ustedes son muy católicos, otros pertenecen a otro tipo de Iglesia, o de religión y los hay quienes no tienen creencia alguna, inclusive que no creen en la existencia de Dios. A todos los respeto por igual, porque pensar de una o de otra manera no nos hace diferentes y menos tiene porqué enfrentarnos; por esto, para que nadie se sienta decepcionado, prefiero tocar este tipo de temas en tercera persona, sin involucrarme directamente.

Una de las disciplinas que me formaron fue la filosofía y cuando me informó mi tío Carlos del doctor Ambrosio, el hombre que quería dar una conferencia con ésta como tema central apoyé de inmediato la idea. Se buscó el apoyo de los miembros del Club Rotario y se invitó a todos a escuchar lo que el filósofo tuviera que decirnos; por fortuna, ese día tocaba sesión en el club, que ya estaba ubicado en el local en que continúa, en el primer piso de la casa frente a la Parroquia de la Asunción, en la esquina que forman las calles de Hidalgo y San Francisco.que el rcera persona, sin involulb Rotario a 1964)e qufue la filosofñero tocar este tipo de temas en tercera persona, sin involu

No recuerdo si el presidente del club era Pablo Llaguno, pero ahí estaba y era, por cierto, un magnífico jugador de ping pong al que todos intentamos alguna vez derrotar en la mesa que estaba instalada en el propio club; asistieron todos los rotarios, Manuel Urcid, Ramón Martínez, Roberto González, Benito Arámburo, Carlos y Manuel Diez Cano, entre otros, y muchos invitados, entre estos el autor de estas líneas y Alejandro Diez Cano. No cabíamos. La mesa actualmente instalada resulta pequeña comparada con la que se instaló en aquella ocasión porque se unió a otras mesas hasta casi topar con la puerta de entrada.

Nos expuso entonces el doctor Ambrosio su teoría: un individuo colocado fuera de la tierra no podía ser capaz de crear todo lo que la conforma, su naturaleza, la luz que la ilumina, los seres humanos y los animales que la habitan, sus minerales. No creía en los seres sobrenaturales y aseguró que estos eran producto de la ignorancia, tanto los conocidos como fantasmas, como los espíritus y, en consecuencia, cualquier entidad a la que se le quisiera ubicar en tal categoría como creador de todas las cosas. Puso los siguientes ejemplos: en la antigüedad, los primeros seres humanos a los que podríamos llamar hombres, tras haber evolucionado de monos, a monos hombres para finalmente traspasar la l la ls animales que la habitanluevolucionado de monos, a monos hombres para finalmente traspasar la ls animales que la habitanluínea del tamaño del cerebro que implica que ya son hombres, creían que la luna y el sol eran dioses, porque no se explicaban cómo era posible que aparecieran de noche y de día de manera permanente en el cielo y, en consecuencia, les llamaron la diosa luna y el dios sol, hasta que la ciencia evolucionó de tal manera que se supo que no se trataba de tales dioses, sino de un pequeñísimo planeta, satélite de la tierra, la primera y de una gran estrella, que nos iluminaba, el segundo.

De la misma manera explicaba la idea de Dios, la ignorancia le atribuía a éste haber creado todo lo que nos rodea porque hace cientos o miles de años, cuando nació esta creencia, no teníamos los conocimientos tan avanzados con los que ahora contamos, que nos han permitido sondear el universo de tal manera que podemos afirmar que es infinito y nunca fue creado, siempre ha existido; pensarlo de otra manera, nos decía el doctor Ambrosio, era suponer poderes mágicos en un ser sobrenatural que sólo existe en los libros sagrados de las diferentes religiones que hay en nuestro mundo, libros que fueron elaborados hace cientos de años y ya pueden considerarse obsoletos.

Cuando llegó la hora de las preguntas y respuestas, alguien pidió la palabra para expresar su desacuerdo con Ambrosio, se dijo un hombre profundamente católico, que toda su vida lo había sido, que lo eran también su esposa, sus hijos, sus hermanos y que no podía de ninguna manera imaginarse pensando, como Ambrosio proponía, que Dios no existiera. Ambrosio le preguntó si sus creencias eran producto de reflexiones largas y profundas, o le habían sido inculcadas por sus padres. El que había pedido la palabra respondió que toda su ascendencia, padres, abuelos, bisabuelos habían sido formados en la religión cristiana y le habían inculcado esas creencias. Ambrosio entonces le dijo que respetaba su punto de vista, pero que le pedía que hiciera lo que nunca había hecho, reflexionar al respecto. Otro más pidió la palabra y afirmó que él nunca pondría en duda la existencia de Dios porque temía irse al infierno; Ambrosio le reviró y le preguntó: ¿Dónde está el infierno? y éste le contestó: bajo nosotros, bajo la tierra. Ambrosio entonces le dijo: ¿No le parece que esa es una idea demasiado infantil, que ya no es posible seguir con tales creencias a estas alturas de la evolución de la humanidad? Usted sabe perfectamente que bajo nosotros no hay ningún infierno, ni diablo o demonio escondido bajo la tierra. Puedo aceptar que se creyera en eso hace cientos de años, pero en la actualidad, el que todavía lo cree es porque teme enfrentarse a la idea que sus padres le inculcaron.

En mi turno, yo expuse simplemente que para terminar la discusión, cada quien se preguntara qué había sido primero, la materia o el espíritu y lo planteé de esta manera: Si creemos que un espíritu determinado, un ser sobrenatural, vagando en un tiempo en que no había tiempo, porque no había sido creado; sin luz, porque no había sido creada; sin materia, porque tampoco había sido creada; sin seres humanos de ningún tipo, porque tampoco habían sido creados; si creemos que tal ser sobrenatural o espíritu creó la materia y todo lo demás de la nada, entonces nos ubicaremos en una ideología filosófica llamada Idealismo. Y si, por el contrario, pensamos que la materia nunca fue creada, que siempre ha existido y que el pensamiento existe no porque tengamos un espíritu interno que controla lo que hacemos, sino porque tenemos cerebro y un pensamiento que se da gracias a ese cerebro, entonces nos ubicaremos en lo que la filosofía llama Materialismo, sin que este término tenga nada que ver con aquéllos que por no ser de ideas profundas y que sólo piensan en el dinero y las cosas materiales son llamados materialistas. En otras palabras, dependiendo del lado en que se ubicara cada quien, Idealismo o Materialismo, se estaría en consecuencia del lado de la religión y de la idea de Dios como creador de todo, en el primer caso; o, en el caso contrario: no hubo Dios que creara todo porque la materia, y el universo en consecuencia, siempre han existido, nos ubicaríamos simplemente como no creyentes, por poner las cosas de la manera más simple posible.

Se le dio un gran aplauso al doctor Ambrosio, lo hicieron creyentes y no creyentes por igual, todos de pie, hubo una gran ovación. Ambrosio, simplemente agachó la cabeza, mostrándose como todo lo humilde que en realidad era.

Cenamos y al terminar la sesión nos fuimos Alejandro, Carlos y el que esto escribe caminando con el doctor para acompañarlo a su hotel. Había estado ya en Perote, en Teziutlán e iba para Martínez de la Torre y San Rafael, dando sus conferencias, cumpliendo una misión que él mismo se había asignado, la de dar a conocer su punto de vista filosófico.

Al otro día, lo fui a buscar para invitarlo a desayunar, pero ya no estaba en el hotel. Hubiera hecho la cita desde la noche anterior, pero el hubiera no existe. Era un hombre con el que se podía platicar. No importa cuál fuera la manera en que cada quién explicara al hombre, el mundo y lo que nos rodea, lo que importaba era que él era alguien que sabía escuchar y que, con respeto, expresaba sus ideas. Lo que hacía no era para beneficiarse, queda claro que servía a la humanidad. No supe nunca más de su persona.

Uno de los clubes rotarios ubicado en América del Sur tiene un logotipo con el siguiente lema: "Busca dentro de ti para abrazar a la humanidad".

Por lo que a mis amigos rotarios se refiere y a los invitados que no lo eran, todos se quedaron con un magnífico sabor de boca. No escuché un solo comentario negativo contra Ambrosio. No sólo eso, algunos comenzaron a reflexionar. El tema se volvió parte de la conversación con algunos de ellos. Así era Tlapacoyan. Había respeto por lo que cada quien quisiera pensar. ¿Sucedía esto sólo al nivel del que estamos hablando? ¿Los rotarios y sus invitados? No. No por lo menos en el círculo de amigos y familiares que me rodeaban.

Muchos años después, me invitaron a formar parte de los rotarios en la Ciudad de México y recordé a Ambrosio, a mis tíos fundadores del club en Tlapacoyan, a muchos amigos que ya se habían ido y que también habían sido de los fundadores. Pensé que se los debía y acepté entrar al club. Al siguiente año me eligieron como secretario del mismo y un año más tarde fui electo presidente del club por unanimidad. Apoyábamos a un asilo, en particular; a una escuela y a un hospital.

Asisto ahora algunos martes, cuando estoy en Tlapacoyan, al mismo Club Rotario en que escuchamos al doctor Ambrosio. Ya no soy rotario estatutariamente. ¿Lo soy honorario? Como sea, lo importante es que me siento rotario.

Sirvan estas palabras, entonces, para rendir un homenaje a todos esos rotarios, los que ya se fueron y los que lo son en la actualidad, que se reúnen cada semana con la idea de ver qué pueden hacer por Tlapacoyan. No daré nombres, porque se trata de todos. ¡Gracias, rotarios!

Ver todos