José Lanzagorta Croche

jlanzagort@yahoo.com

El Día de los Muertos

* Las mitologías se entretejen con el Diluvio

* Juan Pablo II redujo los 3 círculos del Inframundo a 2

* La UNESCO distinguió al “Día de muertos como obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad

 

Estos días son el resultado de la acumulación de por lo menos dos fechas precolombinas, una hispánica y otra de origen celta que nos llegó de Norteamérica, para acentuar más el enredo.

 

La celebración prehispánica la compartían algunas etnias, como la mexica, la maya, la purépecha y la totonaca; estaba compuesta por dos celebraciones, la denominada Miccailhuitontli o fiesta de los muertitos, que se celebraba alrededor del 16 de julio, y otra que se celebraba en el décimo mes de su calendario, y se llamaba Hueymicailhuitl, o fiesta de los muertos grandes, que se llevaba al cabo alrededor del 5 de agosto. Ésta es más propiamente la fiesta que hoy celebramos al inicio de noviembre. El cristianismo juntó estas fechas posteriormente y las corrió a la suya en su celebración del Día de los Fieles Difuntos.

 

En el libro The Worship of the Dead (1904) J. Garnier  afirma que: “Las mitologías de todas las naciones antiguas están entretejidas con los sucesos del Diluvio, es decir que, como el relato mosaico comenta que tuvo lugar el Diluvio el decimoséptimo día del segundo mes, y éste casi corresponde con nuestro noviembre, se debe entender que estas celebraciones en realidad comenzaron como una fiesta para honrar a las personas que, debido a su maldad, habían sido destruidas por Dios en los días del gran Diluvio que vivió Noé (desde luego que esta idea es forzadísima y la verdadera explicación, que es la de quitarle fiestas a celebrar al paganismo, la dan los papas Gregorio III y IV como se verá más adelante).

 

Así como el inframundo cristiano tenía tres círculos –llamémosle de alguna manera y aprovechemos que ya Dante Alighieri nos allanó la clasificación– que corresponderían al Cielo, el Limbo y el Infierno, al que acceden los muertos con base en su comportamiento en vida, el inframundo prehispánico tiene tres círculos, pero no se llega a uno u otro por la conducta tenida en vida, sino por el tipo de muerte. Aclaro que en el cristianismo moderno ya sólo hay 2 círculos, como me lo recordó acertadamente Javier  Miranda: el cielo y el infierno, Juan Pablo II eliminó esa zona de indefinición llamada el limbo en 1992; bien, esperemos que otro papa se anime a terminar de un plumazo con el infierno.

El señor de la muerte Mictlantecuhtli, habitaba el Mictlán acompañado de su mujer Mictecacíhuatl, en donde llegaban los que morían de muerte natural, era un lugar muy oscuro del que no era posible salir, el camino a este sitio era muy tortuoso y difícil, ya que las almas debían de transitar por distintos lugares durante cuatro años. Después de este padecer, las almas llegaban al Chicunamictlán, lugar en donde descansaban finalmente, ahora sí ya para siempre, es decir que desaparecían una vez llegados acá, lo que hace suponer que después de estos años de duelo, el muerto era olvidado. Es posible que después de transcurrir ese tiempo ya no encontraran restos físicos del cuerpo y eso tuviera su correspondiente explicación para lo que pasa en ultratumba. Para llegar a este sitio, el muerto era enterrado con un perro que le ayudaría a cruzar un río para poder estar ante los Señores de la Muerte a quienes debían entregar como ofrenda, atados de teas y cañas de perfume, algodón, hilos colorados y mantas, elementos todos de la liturgia de la muerte. Quienes iban al Mictlán recibían, cuatro flechas y cuatro teas atadas con hilo de algodón. Los entierros prehispánicos eran acompañados de ofrendas que tenían dos naturalezas diferentes, unos eran los artículos que usaba en vida el difunto, como una vasija de pulque, cigarros o cosas parecidas, y el otro estaba formado por las que le iban a servir en el inframundo, esencialmente instrumentos musicales, los cuales a veces llevaban la forma de los dioses mortuorios.

Tal parece ser que otros dioses tenían su parcela en el inframundo, porque el Tlalocan, otro círculo del infierno, pertenecía a Tláloc, allí iban a parar los que morían por circunstancias relacionadas con el agua, como los ahogados, los hinchados, los que tenían gota, o bubas, o los que morían por un rayo, es decir, todo lo que les permitiera sentir que había sido por un exceso de líquidos. Los niños, por llorones iban a este círculo también, pero tenían un lugar especial llamado Chichihuacuauhco, donde había un árbol de cuyas ramas goteaba leche, de la que se alimentaban. Los niños que llegaban aquí volverían a la tierra cuando se destruyese la raza que la habitaba. De esta forma y de manera muy filosófica, de la muerte renacería la vida.

El Omeyocan, era el círculo del infierno reservado para Huitzilopochtli, dios de la guerra, era un lugar de gozo permanente, se festejaba con música y bailes, llegaban a este sitio los muertos en combate, ya que morir en la guerra era la mejor de las muertes para la cosmogonía mexica, también llegaban a este sitio los que eran sacrificados y las mujeres que morían en el parto, porque se consideraba una gran batalla. A ellas se les enterraba en el patio del palacio, para que acompañaran al sol desde el cenit hasta la puesta del mismo. Los muertos de este círculo regresaban cuatro años después convertidos en aves, más hermosas según su muerte. Una vez que leí un libro acerca de la manera de obtener los plumajes de las aves en el lago de Texcoco quedé sorprendido de tanto ritual que había que hacer para ello, ahora me queda claro que era porque trataban con la reencarnación de los más valientes guerreros.

De la fiesta del Hueymicailhuitl es de donde viene el festejo que nosotros celebramos hoy en día, y que las autoridades educativas ahora tratan de que sea un símbolo nacional y es enseñada como una celebración autóctona, ajena al Halloween, que sienten que es producto del comercialismo, este esquema es incompleto, como espero se vea más adelante.

Se inicia la festividad con la búsqueda de un árbol llamado Xocotlhuetzi, que significa algo así como cielo cubierto de frutos o de estrellas, dicho árbol mide como 15 metros de alto y es monopódico, como los pinos, y se tiene que poder abrazar con facilidad por una persona. El árbol lo transportaban desde el monte a la ciudad, en medio de una algarabía de cantos, rituales y danzas diversas.

En la plaza principal, cavaban un agujero y levantaban el árbol sagrado. En la cima del tronco colocaban dos maderos en forma de cruz y una figurilla de amaranto representando al dios de los muertos, vestido con papeles de color blanco y ornamentado con varias tiras de papel multicolor, que se agitaban con el aire cual si fuesen largas banderas. 

 

Los jóvenes se afanaban trepando en éste tronco, compitiendo por ser el primero, empujándose unos a otros, con tal de obtener la distinción de alcanzar a la deidad en la punta del árbol sagrado, de manera parecida a como aún hoy en día en los pueblos se suben al palo ensebado… quien lo lograba, desmenuzaba la figurilla y los tamales que también allí había y se los arrojaba a la multitud. Todos los asistentes buscaban hacerse con un trozo de la divinidad. El vencedor, que descendía con las armas del dios, era ovacionado y festejado. Esta persona podía conservar en su casa los adornos de la deidad, como un testimonio de su fervor religioso y destreza física.

 

También en estas fiestas se ponían altares, el devenir de estos grupos seminómadas los habría alejado del sitio donde estaban muchos de sus muertos y la imposibilidad física de regresar en esos días los debe haber llevado a crear el simbolismo del altar que, bien mirado, es un túmulo mortuorio. En él se ponían las cosas que le gustaban al muerto, como las comidas, frutos, pulque y tabaco, si se diese el caso, y hacían caminos con los pétalos amarillos del cempasúchil que por su color representaban al sol y por ende eran la luz que conducía al espíritu del muerto al lugar en donde moraban temporalmente sus deudos; al cruzarse con el cristianismo se le incorporaron un número de veladoras que pueden ser 12, como los meses del año, o cuatro, que sería más prehispánico y representaba no sólo la cruz cristiana, sino también los 4 puntos cardinales, mismos que podemos ver en el llamado calendario azteca. El 7 de diciembre de 2003 en París, Francia, la UNESCO distinguió a la festividad indígena del “Día de Muertos” como obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad.

 

Con el tiempo la festividad se fue vistiendo con variantes que lo fueron enriqueciendo, como las calaveras de azúcar, que deben su origen en nuestros altares a que a los guerreros se les permitía quedarse con los cráneos de algunos enemigos y que éstos eran exhibidos en sus altares junto con las ofrendas. Hay otro tipo de calaveras, éstas no dulces sino aciduladas, producto del ingenio popular, son los versos jocosos con los que el pueblo se burla de sus gobernantes o de personas prominentes durante estos días, meros epitafios humorísticos y que en España tiene a los ovillejos como su contraparte culterana. El pan, hecho con la harina de trigo venido de Europa, se usó para representar túmulos y huesos, y también se incorporaron para vestir la festividad.

 

El Halloween es una fiesta de origen celta y tiene su origen en el Samhain que significa el final del verano, es la gran fiesta de la distribución. En sus orígenes sólo contemplaban los celtas dos estaciones en el año: el verano y el invierno. Esta fiesta se hacía cuando ya se había acabado la cosecha, incluso ya habían caído algunas nevadas, entonces los propietarios de productos agrícolas separaban lo que suponían que necesitaban para subsistir y su excedente lo intercambiaban en forma de trueque con los productos diferentes que tenían los otros jefes de los clanes; gracias a esto, todas las familias del clan, aunque se hubiesen especializado en un solo cultivo, tenían la posibilidad de comer variado, por eso era una fiesta llena de alegría, y era considerada como el punto de partida para el nuevo año celta, que comenzaba con la estación oscura. Probablemente esas bolsas con las que piden dulces los jóvenes sean el simbolismo sobreviviente de esta importantísima celebración que se tiene ahora la noche del 31 de octubre, porque esa noche los muertos venían del inframundo a convivir con los vivos y a pedirles alimentos; es decir, que el mito estaba hecho para fortalecer este rito tan importante en el que había que intercambiar los excedentes.

 

Los antiguos celtas creían que la línea que une a este mundo con el otro se estrechaba con la llegada del Samhain, permitiendo a los espíritus (buenos y malos) pasar a través de la línea que los separaba. Los ancestros familiares eran invitados y homenajeados mientras que los espíritus dañinos eran alejados.

 

Los papas Gregorio III (731-741) y más adelante Gregorio IV (827-844) intentaron apostar por una fiesta cristiana que suplantara este festejo, para ello cambiaron el Día de Todos los Santos, que entonces caía el 13 de mayo, al 1º de noviembre. En este mismo sentido, la fiesta de los Fieles Difuntos fue instituida el 31 de octubre del año 998 por San Odilón, monje benedictino y quinto Abad de Cluny en Francia.

 

España nos lega, junto con los buñuelos, los deliciosos dulcecillos hechos de pasta de almendras para la ocasión, conocidos como “huesos de santo”, conciencia crujiente que nos recuerda que polvo somos. Otra costumbre que también se ha introducido en los hábitos culturales de esta fiesta es la de representar una obra de teatro ligada al mito de Don Juan Tenorio. Es precisamente este personaje, que juega con la honra de las mujeres y que se atrevió a ir al cementerio en una noche de éstas a conjurar a las almas de quienes habían sido víctimas de su espada o de su posesividad egoísta, otro más de los muchos factores que enriquecen con su abigarramiento estos días, me refiero a "El burlador de Sevilla o el convidado de piedra", obra creada por el fraile mercedario y dramaturgo español Tirso de Molina.

 

Los irlandeses, de quienes no podremos negar su acendrado cristianismo, le regalaron a esta fiesta una perfecta pieza de la picaresca, conocido como Jack el tacaño, un borrachín malhumorado, perezoso y astuto personaje que cuando la fortuna le da algo, él lo dilapida con rapidez, sin tener conciencia del golpe de suerte, y sin aprender apenas a capitalizarlo; así, cuentan que estando en la cantina emborrachándose se da cuenta que el diablo está tomando allí, y decide cambiarle su alma por una cerveza, cosa a la que el diablo accede inmediatamente, más resulta que no le quedaba dinero ya a ninguno de los dos y el ingenioso pícaro le dice que bien puede, si es tan diablo, convertirse en una moneda para que él pague los dos tragos y después volver a materializarse en el ser de las tinieblas que es. Una vez convertido en moneda, Jack lo mete en la bolsa de su pantalón, en donde trae un crucifijo de plata, lo que le hace al diablo dar de gritos, pidiéndole que lo saque de esa situación, a lo que el borrachín accede siempre y cuando lo deje en paz por un año, cosa que, naturalmente el diablo acepta sin rechistar. Aún no acababa de gozar el asueto que le había concedido el diablo cuando nuevamente se le vuelve a aparecer mientras caminaba por una vereda, recordándole que se había cumplido el plazo y ahora sí se lo llevaría, pero pícaro al fin, consigue nuevamente envolver al diablo y lo convence de que no se lo lleve con el estómago vacío, que le regale una manzana que cuelga en el árbol que está a un lado de ellos, el diablo, que seguramente no ha capitalizado la experiencia desastrosa de negociar con un pícaro habilidoso, le revisa los bolsillos y al ver que no tiene un crucifijo, no tiene inconveniente en concederle la que seguramente podríamos llamar su “segunda última voluntad” y de un brinco se sube al manzano y corta la fruta, sólo para darse cuenta de que no puede bajar porque el astuto hombrecito ha tallado en el tronco una cruz; nuevamente el diablo suplica y el borrachín le dice que si no se lo lleva durante diez años le ayudará a bajar, cosa que es aceptada sin intento de negociación alguna por parte del diablo, así que corta el árbol para que se pueda bajar y el diablo se aleja presuroso esperando no volver a verlo hasta dentro de diez años, pero resulta que muere Jack antes de que se cumpla este plazo y al llegar al cielo, San Pedro le dice que no está en la lista, que seguramente pertenece al infierno, pero al llegar al averno, le hace saber el diablo que no lo puede recibir porque aún no se cumple el plazo a que se comprometió, por lo que tendrá que vagar en las tinieblas, pero se compadece de sus súplicas y le arroja un tizón, para que se ilumine mientras viva allí, Jack lo toma y ahueca un nabo para contenerlo, motivo por el que se le conoce a este personaje como Jack-o´-Lantern (nombre que recibe hoy en día la calabaza ahuecada de figura fantasmagórica). Cuando la gran hambruna de 1840 llevó a tantos irlandeses a Norteamérica, se cambió el nabo por una calabaza, nativa de estas tierras; sin embargo es de pensarse que este mito simboliza un fenómeno natural conocido como fuego fatuo y que tiene que ver con la luminiscencia que produce el fósforo de los huesos de personas o animales enterrados no muy lejos de la superficie de la tierra.

 

Es también en los Estados Unidos en donde se le incorporaron lo que podríamos llamar figuras paganas modernas, como las brujas, historia tomada de Salem, un pueblo ubicado en la Bahía de Massachusetts, porque un año muy lluvioso ocasionó que el centeno fuese invadido de un hongo, el Claviceps purpurea o cornezuelo del centeno, hongo que produce el ergotismo, micotoxinas derivadas del ácido lisérgico (LSD) y esto desencadenó visiones alucinantes por parte de algunos de los pobladores que tomaron este cereal contaminado y se abrieron varios procesos de brujería, muchos de ellos muy turbios. Los americanos le incorporaron también figuras de la literatura moderna como Drácula, personaje creado en 1897 por el irlandés Bram Stocker y que en 15 años vendería más de un millón de ejemplares sólo en Inglaterra; finalmente, el gran vampiro de Stocker arraiga en estas fiestas junto con Nosferatu o Frankenstein,  de la escritora inglesa Mary Wollstonecraft Shelley, publicado en 1818 y enmarcado en la tradición de la Novela Gótica o en la de los zombis, que deben haber sido aportación de los negros traídos a Norteamérica como esclavos. La costumbre anglosajona le ha imprimido un gusto por la violencia y lo macabro que pudiese venir del pensamiento atormentado de aquellos primeros peregrinos que llegaron en el Mayflower, procedentes de Inglaterra en busca de una observancia más rigurosa de su religiosidad, almas necesitadas de castigos y cilicios, de mortificar las carnes, de abismos y fuegos eternos. Esta tendencia a atormentarse, hoy hecha jocosa, se ha propagado también entre los pueblos hispanos.

 

La realidad que contemplo, después de hurgar en el contenido que tiene esta fiesta, es que hacemos mucha alharaca en un afán purista por conservar nuestras tradiciones y que esto se da por el temor de contaminarlas, sobre todo con el comercialismo, pero al entender que nuestras tradiciones son en realidad una mezcla de muchas otras que se fueron amalgamando al paso del tiempo, desde la prehistoria, y que si no nos molestaba su enorme contaminación es porque no teníamos claridad del sincretismo que encerraban, por ignorar su origen. Ahora que podemos ver lo que subyace, me parece claro que su enorme riqueza está dada precisamente por haber amalgamado tantas cosas, por lo que me declaro partidario del mestizaje, lo mismo de las personas que de las fiestas o de las ideas.

La riqueza del mundo está dada precisamente por la variedad, la diversidad y sus posibles mezclas siempre enriquecedoras que además van conformando así una historia rastreable.

Celebremos nuestras tradiciones, pero con conciencia.

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