José Lanzagorta Croche

jlanzagort@yahoo.com

Homenaje al libro

I.- Cuestión de calendarios

Hemos dado en celebrar el 23 de abril como el día del libro, por la extraña coincidencia de que tanto Cervantes como Shakespeare murieron el martes 23 de abril de 1616; coincidencia, pero no tanto, ya que murió doce días antes el genial escritor español. Este aparente dislate lo entenderá usted si recuerda que en ese momento en Europa había dos calendarios, el juliano, más primitivo y el gregoriano que es el que usamos actualmente, y que Inglaterra adoptó hasta el miércoles 2 de septiembre de 1752. Borges dice que casi todos los inventos del hombre son extensiones de su cuerpo, pero el libro lo es de su cerebro. Gran verdad me parece esta reflexión que podríamos aumentar con la música y las películas.

 

II.- El perro en la prehistoria, el libro en la historia.

Dicen que aquello con lo que más familiarizados estamos es lo que más trabajo nos cuesta definir; pregúntenle a un músico qué es la música, o a un físico relativista qué es la nada, y seguramente verán el problema conceptual en el que los meten. Y es que llegar a la formación de un concepto es un proceso lento e intuitivo, a la par que tedioso. Es entablar la lucha interior entre nuestro "buen mundo", en donde todo ya tenía su lugar establecido, y este nuevo mundo, momentáneamente absurdo o parado patas arriba, hasta que finalmente se hace la luz y orgullosos contemplamos que el nuevo orden es mejor; es mejor porque caben más ideas y éstas son más ricas. El caos ha sembrado nuevamente al cosmos y se quedará así hasta que una nueva crisis lo vuelva a tambalear para formar un nuevo cosmos, más rico aún. Este es el infinito y circular juego del aprendizaje. Es por esto que me gustaría decir que el mejor amigo del hombre es el libro, pero como sé que los grupos canófilos argumentarán que ese escaño ya lo tiene, y bien ganado por cierto, el perro, aunque éste le pueda transmitir sarna y pulgas, o en contadas—pero importantes— ocasiones incluso le pueda contagiar la rabia. Trataré de darles algunos argumentos que tiendan a quitarle el lugar al perro, aunque me gane el repudio de los grupos canófilos.

 

En primer lugar, el perro ganó su escaño en la prehistoria, empezó por irse a alimentar de la basura que dejaba el hombre (ese elemento de civilización que es tan nuestro), ya que allí estaba su fuente de alimento, aullaba cuando una fiera se acercaba y de allí empezó su simbiosis con el hombre, que era prevenido de esa manera de la cercanía de un peligro. Alguien—seguramente— un día recogió unos cachorros y a partir de ese momento, desligado educacionalmente de su manada, se dedicó a servirse del hombre inconscientemente, pero sobre todo a servirle denodadamente, arriesgando su vida por él o llevándolo con su fino olfato a donde había raíces o frutos frescos con qué alimentarse o siguiendo a las presas en la cacería. El proceso mental del perro fue fácil: sustituyó al macho dominante de su anterior manada y trasladó este concepto al hombre, así pudo hacerse de un nuevo nicho ecológico mucho más seguro que el anterior. El hombre por su parte, desconocedor de las pautas de conducta del animal, simplemente lo adoptó por serle útil, pero al paso del tiempo lo fue seduciendo esa fidelidad innata que él confundió con amor y le cedió sin muchas dudas el escaño que hoy le pretendo escamotear, pues para mí el mejor perro es el perro caliente, porque éste alimenta la mano de quien lo muerde. Y no me puedo quitar de la mente la idea de candidez de aquellos que de verdad creen en la fidelidad canina.

 

Espero con estos breves argumentos haber desbancado al perro de su escaño o dejárselo pero circunscrito a la prehistoria, o por lo menos haber sembrado en estos grupos un caos que con la llegada del nuevo orden— del cosmos— le deje su sitio al libro, que es el producto más refinado y valioso de la historia, es decir de la parte escrita de la vida del hombre.

 

Si nada de esto me aceptaran, permítanme entonces que me sirva como pretexto para introducirlos en la ya muy milenaria vida del libro, pero recuerden que ya les había dicho lo difícil que es para el estudioso de una materia definir su propio objeto de estudio.

 

III.- El libro representa el sentir y pensar de cada época.

Hace pocos años nos acercamos al final de una centuria y también al final de un milenio, sabemos, porque hay libros que consignaron esta historia, que la gente, conforme se acercaba el año mil, dejó los campos sin labranza y se dedicó a esperar el juicio final; ya no tenía caso trabajar, porque el mundo estaba llegando a su fin.

 

De la misma manera, cuando nos acercamos a un nuevo milenio, aparecieron librillos pseudociéntíficos o pseudorreligiosos que pregonaban el temido y cercano fin, y que de alguna manera sirvieron para enriquecer nuestras bibliotecas, para que  pudiésemos reírnos por la manera errática y temerosa, totalmente desprovista de la inteligencia -que debiera ser la marca del hombre- de cómo algunos de nuestros contemporáneos enfrentan su época. ¡Excelente documento socioliterario, sin duda! O del cercano fin del mundo predicho para diciembre de 2012 en el calendario maya, o si se prefiere, para que a partir de ésta fecha se tome una conciencia que “ya empezamos a sentir los seres muy sensibles, y que van prefigurando el nuevo órden que rigirá el mundo muy próximamente”... olvidándose de que la conciencia se adquiere con lecturas y reflexiones, con discuciones si se quiere, pero no mágicamente que es como candorosamente se pregona por estas personas, cuyas concepciones se ven tan emparentadas a la complejidad mental de los neandertales. Voy a dar un ejemplo similar de esta sencillez, basándome en lo que reflejaron excelentes libros escritos en el pasado. Varios siglos antes de nuestra era, los astrónomos babilónicos definieron las constelaciones del zodiaco. (Su nombre está dado porque la gran mayoría de éstas llevan nombres de animales, exceptuando a géminis, virgo, libra y acuario) y las mismas correspondían a los grupos de estrellas delante de las cuales, debido a su movimiento de translación, pasa la tierra durante un año.

 

Los babilonios, los árabes y otras civilizaciones de la antigüedad, se dieron cuenta que algunos eventos terrestres estaban correlacionados con ciertas posiciones de los astros en el cielo, como las estaciones, los eclipses o los calores tórridos que se sentían al pasar por el Can Mayor y que dio por llamársele canícula. Llevando estos conocimientos a una supuesta observación más fina, concluyeron que el destino de los hombres también estaba regido por los astros. Creyeron que la posición del sol, con respecto al de las estrellas el día del nacimiento de una persona afectaría directamente su vida, o en otras palabras, habían inventado la astrología. Un ejemplo que todos conocemos, aunque a lo mejor no con detalle, fue el que nos manifestaron los astrónomos de hace casi dos mil años, cuando terminó el tiempo de aries y empezó el de psicis, y tres magos astrónomos fueron de Alejandría a Judea, como lo marcaba la conjunción que en el cielo del este se iba perfilando, al estar juntos hasta fundirse como si solo fueran uno, durante nueve meses, Júpiter y Saturno, como Saturno representaba a los judíos y estaría en conjunción por nueve meses -tiempo que dura el embarazo- y el compañero en el cielo era Júpiter o sea el cuerpo celeste que representa a Zeus, el padre de los dioses en el Olimpo, la conclusión fue deslumbradora para los astrónomos que la descubrieron: ¡Los judíos iban a tener un rey! Esto también ocasionó que cuando platicaron estos reyes magos (como los conocemos nosotros) con el rey Herodes, lo pusieron en conocimiento del advenimiento de un rey que seguramente lo iba a destronar y por esta información, inocentemente ingenua, se da la matanza de los niños que nacieron en los siguientes dos años, ya que si moría el futuro rey, el futuro de Herodes estaría menos amenazado.En esos tiempos la astrología respondía satisfactoriamente las dudas del hombre para encontrarle una explicación a su conducta, en lo que parece ser el paso normal en la historia del conocimiento, y pasaron muchos años ligados a estas creencias que cada día más el sentido común las hacía verse desligadas de la realidad, sin embargo aún en pleno renacimiento, Tycho Brahe y Galileo creían en ella. Y Johannes Kepler, además de gran astrónomo, se ganaba la vida haciendo las cartas astrológicas de reyes y nobles. El cerebro es duro cuando se trata de reconocer que ha estado errado.

 

En la época de los babilonios, cuando una persona nacía entre el 21 de junio y el 22 de julio, atravesaba la constelación de Cáncer y se pensaba que las estrellas de esta constelación ejercían influencia en la vida de los individuos nacidos bajo ese signo. Nosotros sabemos que en la actualidad se han hecho estudios estadísticos de cientos de personas nacidas en ese lapso y que éstas han llevado vidas muy diferentes. Pero si no obstante lo aquí comentado, usted es de los que sí les ha funcionado su horóscopo, entonces le resultará interesante escuchar lo que dice el astrónomo californiano Ben Mayer:

 

"En el presente, cuando una persona nace entre junio 21 y julio 22, la Tierra pasa por delante de la Constelación de Géminis y no de Cáncer, como en la antigüedad. Esto se debe a que la tierra tiene un movimiento de precesión, parecido al cabeceo de un trompo, por lo que su posición respecto a las estrellas cambia lentamente a lo largo del tiempo para regresar al mismo signo zodiacal en un período de 25,800 años (es decir 2,150 años por cada escaque del zodiaco), por lo que en este momento todas las constelaciones del zodiaco están corridas con un signo hacia atrás" a la época en que nació Jesús, o dos con respecto a la época de Moisés, por poner un ejemplo. Hecha esta pequeña y astronómica precisión, invito al auditorio que confía en su horóscopo a que le eche un ojito al signo inmediato anterior al suyo, para que así sepa con mayor precisión el destino que le deparan los astros. ¡Los libros nos siguen sirviendo!

 

Pero si usted es un escéptico, entonces lo invito a que no pierda el tiempo en todos esos malos libros de pseudociencias y dianéticas, poderes mentales y suprapercepciones que sólo engatusan a la gente que con buena voluntad y escaso conocimiento se desviven por encontrar algo extraordinario. Recuerde que engatusar es encantusar, es decir causar encanto. Yo le propongo algo mejor, algo mágico: platique con los hombres y mujeres más inteligentes de cualquier época histórica sobre los temas que ellos más sabían. Escuche a Herodoto disertar sobre historia antigua, atienda y entienda los razonamientos que le hace Maquiavelo al Magnífico Lorenzo de Médicis, acerca de cómo debe comportarse un gobernante para conservar su imperio, o diviértase con la descomunal inteligencia y sentido del humor, más de lo que pudo hacerlo el Duque de Béjar, Marqués de Gibraleón, Conde de Benalcázar y Bañares, Vizconde de la Puebla de Alcocer, Señor de las Villas de Capilla, Curiel y Burguillos, personaje rico en títulos y pobre en luces, que no entendió el regalo que le hizo Cervantes al dedicarle la obra cumbre de las letras hispánicas: "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha". Si le entusiasma la filosofía, ya que al fin y al cabo el concepto que tenemos del mundo se lo debemos a los filósofos, haga un repaso desde sus precursores, como Heráclito de Efeso, Parménides de Elea o Empédocles de Agrigento, y sígase con Platón y Aristóteles, pasando por el Brillante Agustín de Hipona, el hijo de un pagano y de Santa Mónica, de quien se dice que gozaba de las orgías en su juventud y que en sus crudas morales invocaba a Dios pidiendo que lo hiciera santo: "Dios mío hazme santo, sí, pero no pronto". Lea a Erasmo de Rotterdam, que nace al finalizar la edad media, y es uno de los pilares en los que se funda la edad moderna, atienda los razonamientos que nos hace Tomás Moro o lea a Manuel Kant, hombre brillante y complicado, de quien se dijo que era tan meticuloso que sus vecinos ponían el reloj a la hora que él pasaba a dar clases a la Universidad, y que en su vida sólo tuvo tiempo para pensar, o lea a Hegel, que es la influencia más grande del joven Marx, o lea a los existencialistas Kierkegaard o a Sartre, recuerde, como dijo Vasconcelos, que habiendo tantos libros buenos en el mundo, para qué leer los malos, o la contrapartida dicha por René Descartes, de que los malos libros provocan malas costumbres, y las malas costumbres... buenos libros.

 

Los arqueólogos saben, estudiando el cráneo de un animal, sus hábitos alimenticios y con esto infieren su forma de vida. Si nuestro cuerpo se desarrolla en función de nuestros hábitos alimenticios, nuestra mente lo hace con base en sus lecturas... ¡consuma buenos libros!

 

 

IV.- Las drogas del cuerpo y de la mente.

Sabater comenta en su Diccionario Filosófico que, en el siglo XVIII, las autoridades se preocupaban celosamente por la buena salud del alma y del reino, no les preocupaba la salud del cuerpo, que era atendida, en el caso de los ricos por médicos y en el caso de los pobres por brujos y curanderos o por algunas órdenes religiosas caritativas. Y como al Estado no le costaba el cuerpo, el ciudadano podía hacer con su cuerpo lo que quisiera. Muy diferente en cambio era el caso de la salud ideológica —religiosa o política— de la población, pues su deterioro podía alterar el orden establecido, propiciar desobediencias, motines o atentados. Lo que se suponía que emponzoñaba las mentes era cuidadosamente controlado, pero primordialmente, la letra impresa. En España e Italia la inquisición se ocupó de esa vigilancia; en Francia, el ministro Colbert había puesto en marcha, desde mediados del siglo anterior, una policía literaria, que siguió funcionando con temible eficacia hasta el advenimiento de la Revolución.

 

Los libros necesitaban un permiso real para editarse y circular, que podía ser negado por numerosas razones: ofensas a la religión por defecto, como en el caso de Helvetius; o por exceso, como los jansenistas; o por discrepancia religiosa, como los protestantes; o por atentar contra las buenas costumbres, como en el caso de los relatos libertinos que, curiosamente en esas épocas, estaban catalogados en el mismo lugar en que se encontraban los libros de filosofía, filósofos, y humoristas fueron considerados libertinos, por su forma de ver la vida; o también por ser propagandas subversivas contra nobles o el rey, etcétera (que quiere decir: ya no conozco otra causa). Por supuesto que los libros prohibidos también se editaban y circulaban, con las dificultades propias de la clandestinidad, pero beneficiando a sus autores de una aura gratuita de notoriedad. Cuantas más obras se prohibían más eran buscadas hasta por los analfabetos y de mayor celebridad se hacían sus autores.

 

Los libros prohibidos eran plagiados sin escrúpulos, falsificados, desguazados y vueltos a montar, adulterados de mil maneras, según el interés económico de los libreros. La gente quería leer a Rousseau, a Marat, a Diderot, a Montesquieu o Voltaire y acababa leyendo muchas veces las romas reflexiones de un pícaro editor.

 

El Estado, preocupado por la salud mental, espía a los impresores, catea los lugares sospechosos y hace requisas, consiguiendo a veces desmantelar las redes de producción y difusión de las obras prohibidas. Esta represión encarnizada tiene como contrapartida dos efectos contradictorios. Por una parte una cierta podredumbre moral del medio editorial, ya comentada, y por otra parte tiene también el efecto de establecer solidaridades y complicidades entre los libreros que no pueden disimular su admiración por esos escritores prohibidos, o porque no saben resistirse al placer y al prestigio de ser ellos, y no otros, quienes puedan ofrecer al público, cada vez más numeroso y ávido, los libros perseguidos.

 

Supongo que este cuadro de persecución y violencia, guardando la perspectiva histórica que hay entre nuestra época y aquella, les resulta conocida a todos ustedes, o por lo menos a los que aún siguen despiertos en esta lectura.

 

En efecto, este cuadro también se presenta hoy en día, pero ya no para controlar los peligros de la letra impresa, sino los peligros de las drogas. Las autoridades se preocupan menos de las ideas que tenemos en la cabeza que de las sustancias que corren por nuestra sangre. Tal vez sea debido a que la poca propensión a la lectura les hace suponer que cada vez más tenemos menos ideas peligrosas. La persecución no sirve más que para potenciar y agigantar lo que pretende erradicarse coactivamente, recuerden las grandes fortunas que se hicieron en Estados Unidos en la época de la Ley Seca. No cabe duda que algunos libros pueden perturbar seriamente a algunas personas, incluso influyendo para que se dañen a sí mismos o a otros. Las palabras y las ideas son en potencia mucho más peligrosas que las drogas, pues han creado el ambiente necesario para derribar imperios como el de Luis XVI, con las ideas de los enciclopedistas. La idea de independizarse de Inglaterra se arraigó de manera definitiva en los colonos del Nuevo Mundo tras la lectura del libro Common sense (Sentido común), escrito por Thomas Paine, que editado en enero de 1776, pronto alcanzó un tiraje de medio millón de ejemplares en las colonias, o la Rusia Zarista, que despertó de esa modorra que veía a los zares como encarnación divina con los artículos del Narodnaia Volia (voluntad del pueblo). Las palabras y las ideas calan hondo, busque usted buenos libros.

 

 

V.- Los libros han dado luz, pero también fuego.

La historia sucinta de las civilizaciones que nos precedieron, ha sido pasar de la barbarie al refinamiento, éste acompañado de una vida muelle y holgada tal, que permite que otro pueblo bárbaro lo domine, adapte y adopte su cultura, que a su vez será enriquecida por la del pueblo dominador, que poco a poco se volverá más refinado. Hay un pasaje en un libro de historia, no recuerdo escrito por quién, en el que menciona que para los romanos, recién dominadores de los griegos, éstos son una total nulidad, inútiles para todo, excepto como preceptores de sus hijos. Aquí cabe el aforismo de Lichtenberg, cuando cita que: “¿no es extraño que quienes dominan al género humano ocupen un rango tan superior al de quienes lo educan?". Pues bien, en este devenir de guerras, revueltas populares y dominaciones, se fueron perdiendo varios cientos de libros de manera irreversible para la humanidad, y sólo sabemos de ellos porque son citados en otros libros. Pero de todo esto destacan de manera importante, a mi entender, dos destrucciones conscientes hechas por el hombre. La primera fue en Alejandría, la ciudad fundada por Alejandro Magno, ciudad que se dice maravillosa, pero que sin duda alguna su mayor maravilla fue su biblioteca, cerebro y gloria de la mayor ciudad del planeta y donde funcionaba además un museo y un instituto de investigación. Se dice que llegó a contener setecientos mil volúmenes, que cuatrocientos mil de éstos se guardaban en la biblioteca de Bruchion y trescientos mil en el Serapeion. La primera se incendió durante el sitio que a Julio César puso la escuadra egipcia en el año 48 a.C., y la segunda fue destruida en el 391, bajo el dominio de Teodosio. La conquista de la ciudad por Amrú acabó con lo que quedaba del edificio en el 641 de nuestra era.

 

La segunda destrucción importante de libros fue la quema en pequeña o gran escala pero constante y sistemática que se llevó a cabo durante toda la edad media y que dio lugar, como contrapartida, a que se formaran cofradías que cuidaban, aun a costa de perder su vida en la hoguera o en el potro de tortura, a los libros que eran prohibidos por la inquisición. Por cierto, aludiendo a esta etapa de barbarie cultural, un amigo le dijo a Sigmund Freud que las tropas alemanas estaban sacando de las casas sus obras y las estaban quemando en la calle, a lo que éste respondió: “eso demuestra que la humanidad es cada vez más civilizada, porque en el medievo a quien hubieran puesto en la hoguera sería a mí". Lea libros antes de que los quemen.

 

VI.- Reflexiones Finales.

El libro nos mantiene despiertos en un mundo narcotizado por la televisión, nos da información, entretenimiento. Ideas. Nos enseña nuestro pasado y le da razón al presente, a la par que nos permite inferir cómo será el futuro. Leer diferentes autores nos amplia el vocabulario, y el que conoce más palabras aumenta la sintonía fina que le permite describir las diferentes tonalidades, casi imperceptibles entre diferentes acontecimientos, aumenta la percepción porque enriquece la vida. Leer es una experiencia placentera si se saben seleccionar los textos adecuados y crecer en complejidad conforme vaya creciendo nuestro intelecto. El que se hace del hábito de la lectura, se ha inficionado quizá del mejor vicio, y no pasará mucho tiempo para que también goce con subjetividades como el olor de la tinta, o la fragancia que emana del papel, invitando, ya desde antes de iniciar su lectura, prometedores placeres, o la tipografía con que está escrito y ni qué decir del exterior: tapas y lomo pueden tener una belleza rayana en lo artístico, sobre todo cuando se tiene la fortuna de contar con un libro viejo.

 

En la actualidad todo mundo, o casi todo puede tener una biblioteca de tamaño que en el cercano pasado era imposible, esto es con los archivos electrónicos que leemos en la computadora, de los cuales me declaro ferviente partidario por muchas razones, en primer lugar son muy baratos, también contaminan menos, un disco de 1 Tera puede contener una biblioteca de más de un millón de ejemplares que en papel costaría una fortuna, y contaminaría con la enorme cantidad de papel que se requeriría para tener estos volúmenes, la lectura en la computadora premite tener abierto un programa de mapas y localizar los sitios en que se ubica la narración, en los mapas puede uno, con el sensor de medición ver las distancias de las travesías y tener una idea más clara de la orografía, además, cualquier palabra que uno no conozca, la puede buscar en la red y así la lectura se hace con más comprensión, si uno tiene curiosidad de saber si se dijo algo en un libro, basta con poner la frase y pedirle al buscador que la localice y los libros organizados en la computadora no nos ocupan espacio físico, tal vez el mayor problema es que así no son atractivos como lo son en una biblioteca, pero ese problema ya se verá después cómo solucionarlo, porque el hombre siempre encuentra soluciones a este tipo de situaciones. Ahora con los IPad tenemos libros portátiles que en realidad son verdaderas bibliotecas, pesan de 600 a 800g, son tabloides cómodos y portátiles en los que puede uno llevar varios libros, subrayarlos, poner comentarios, pasar las hojas casi como lo hacíamos en los de papel y al cerrarlos, se conserva la memoria de en qué página estamos. Existen también los motores de voz, lo que permite que sea la máquina quien lea los libros, lo que me parece una solución aceptable para la gente que tenga deficiencias visuales, en este aspecto, también hay la posiblilidad de que el libro sea leído con la voz de quien uno quiera, lo que me hace pensar que si alguien le da un lector de voz a un familiar querido y éste tiene la voz del que se lo obsequió, esta persona se sentirá más acompañada al oir que los libros son leídos por una persona cercana y querida.

 

Hemos visto el desarrollo de las ciencias y la tecnología, que supongo todos consideramos maravilloso y exponencial, en unos cuantos miles de años pasamos de ser una especie cercana a lo animal a una especie tecnológica que ha logrado ir a la Luna en naves tripuladas y próximamente llegaremos a Marte, el logro material exhuberante contrasta con los magros resultados que hemos obtenido en materia social, el hombre sigue siendo el lobo del hombre, nos depredamos y la ambición de tener más hace que avancemos poco, lo mismo pasa en el mundo de las ideas, desgraciadamente, las ciencias al avanzar crean un lenguaje, un argot que sólo los iniciados en ella lo comprenden y esto no es más que una cara de la xenofobia, tememos lo que no entendemos y esto pasa con todas las áreas del conocimiento humano, incluyendo la filosofía, cuya intención debiera de ser lo contrario, no así con la literatura, la literatura es rebelde y esto nos hace críticos, como cuando vemos las injusticias de un mundo asfixiantemente cerrado en “Ana Karenina” de León Tolstoy, o en “Madame Bobary” de Flaubert; nos hace dudar, como cuando leemos “Cristo de nuevo crucificado” de Nikos Kazantzaquis; nos plantea problemas, como lo hizo Sófoles en sus tragedias y nos pone en la pista de su solución; se adelanta a su tiempo, como cuando Eric Arthu Blair (mejor conocido como George Orwell) escribió "Rebelión en la granja", precediendo en su crítica a los excesos de las sociedades totalitarias; crea conciencia, como cuando Huxley escribió “Un mundo feliz”, en el que retrató los excesos del racismo, producto de la eugenesia que trataron de imponer en Inglaterra, por la influencia del gran psicólogo Francis Galton -primo de Darwin- pero que tenía claros tintes de superioridad racial y sólo es por la energíca decisión de Huxley y un puñado de diputados que se impidió que se implantaran medidas eugenésicas; la buena poesía si la leemos con asiduidad, da cadencia a nuestra prosa, nos vuelve concientes del ritmo, sonoridad y del valor de las palabras, pero también de los espacios y silencios, en esencia, los libros te humanizan, te vuelven más conciente hacia tus semejantes y por eso es que yo proclamo a la literatura como la más humana de todas las ciencias.

 

Que me perdone el extraordinario profesor Héctor Arita si tomo un fragmento de uno de sus escritos, la mejor manera de terminar estas líneas: “En 1784, Volta y Scarpa llegaron a Gotinga a visitar a Lichtenberg. Éste abrió su caja de trucos y entretuvo a los italianos con vejigas llenas de gas lanzadas al aire y las hipnotizantes estrellas del electróforo.

 

Volta trató de responder con un experimento medianamente complejo, pero fracasó y masculló eruditos insultos en latín, francés e italiano. Al día siguiente, en la cena, Lichtemberg los sometió a otro experimento:

 

—“¿Conocen la manera más sencilla de eliminar el aire de una copa sin usar bomba de aire?"

 

—No -respondió Volta, avergonzado.

 

Lichtenberg llenó la copa de vino. Y el experimento se repitió durante toda la noche, hasta el amanecer.”

 

¡Los libros saben mejor si se leen al amparo del experimento de Lichtenberg!

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