José Lanzagorta Croche

jlanzagort@yahoo.com

La Batalla de Tlapacoyan

* Una lucha feroz que culminó hace 145 años

* Dígale a Ferrer que se defienda como pueda, y que si muere en esta lucha, yo me encargaré de decirle al mundo que murió como un héroe

Monumento a Ferrer en la plaza Texcal, por Juan Olaguíbel

 

Antecedentes

Desde fines de 1864, Napoleón III se da cuenta, cada vez con mayor claridad, que el Norte va a ganarle al Sur en la guerra de Secesión en los Estados Unidos, es por esto, y por tener cada vez más conflictos con los prusianos, que le pide al mariscal Aquiles Bazaine que inicie el regreso de tropas. En este momento el número de efectivos extranjeros que cubrían el territorio nacional era de 40,000. Bazaine cumple las órdenes recibidas pero, primero envía a Europa a los generales fieles al emperador Maximiliano. Ya para mediados de 1865 habían salido 12,000 soldados. Como de todos modos era necesario mantener un corredor tanto para recibir avituallamiento y municiones, como para la inminente salida del resto  de los contingentes armados, el alto mando conservador, decidió desde principios de 1865, despejar el camino hacia el Golfo de México en un abanico que abarcara desde el puerto de Veracruz hasta Tuxpan, Es en este contexto en el que se libran las ocho batallas que culminan con la pérdida de Tlapacoyan para los ejércitos republicanos y que gracias a esto pudieron los invasores sentir que tenían el dominio de la "Tierra Caliente".

Al rayar el alba del lunes 6 de febrero de 1865 una fuerte columna de soldados austriacos, con sus pantalones bombachos de color rojo, al mando del conde Jules de Hasinger empezó a descender lentamente por la colina de Texaxaca. El objetivo del ejército imperial era apoderarse de la villa de Teziutlán. Accidentalmente se encontraba en esa ciudad Fernando M. Ortega, gobernador del estado de Puebla, quien con el coronel Benito Marín, comandante militar de la plaza y el capitán de la Guardia Nacional Nicolás Bello se replegaron al barrio de Ahuateno y acordaron resistir el empuje de los invasores, por lo que convocaron al pueblo a la defensa tocando a rebato las campanas. El dominio de la plaza por parte de los austriacos les costó muchas vidas, entre ellas la del mismo conde De Hasinger. Aquí se acantonaron los austriacos hasta que fue comisionado para continuar el avance el conde de Thun, que llegó con la Segunda División para auxiliar a los destacamentos que se encontraban enclavados en esta región de la sierra de Puebla.

El conde de Thun buscó al cacique de la zona, Juan Francisco Lucas, aquél que había ayudado al gobierno de la república con el batallón Zacapoaxtla ese glorioso lunes 5 de mayo de 1862 para que firmarse un armisticio, inicialmente temporal y después definitivo. Logrado esto, sintiendo que ya no tenían que cuidarse las espaldas, concentra sobre la plaza de Teziutlán un gran número de efectivos con los que piensa tomar la villa de Tlapacoyan, puerta de entrada a barlovento.

Comenta Peredo Borboa en su magnífico trabajo que "el dos de agosto en la madrugada, cayó una columna austriaca que descendió de Teziutlán por Hueytamalco y cruzó la población a paso veloz, deteniéndose en la hacienda de El Jobo. Al amanecer, los vecinos sobresaltados acudieron a las autoridades municipales a inquirir sobre la presencia de esos extraños y que fue el alcalde quien les informó que se trataba de una fuerza austriaca y que ya habían enviado correos a Misantla y el Pital, donde existían fuerzas de la Guardia Nacional y de otros cuerpos; al mismo tiempo que invitaba a los habitantes a empuñar las armas para defender el suelo patrio".

Por parte de los republicanos, el jueves tres de agosto  de 1865, llegaron a la plaza de Tlapacoyan el coronel Ferrer con 60 hombres del batallón Ligero Llave y algunos elementos de caballería; cuatro o cinco horas después hace su entrada el coronel Pérez con la Guardia Nacional de El Pital y Nautla que seguramente acudieron por el llamado que les había hecho el presidente municipal de Tlapacoyan, Manuel Mendoza Aguilar, quien por cierto era el primer presidente que tenía la villa. En ese momento, él ya había arengado al pueblo a tomar las armas en contra de los austriacos y a defender al gobierno de la república, por lo que se presenta a las órdenes de los coroneles con un puñado de valientes tlapacoyenses. Sin embargo, seguramente el destacamento invasor enviado cumplía labores de reconocimiento pues esperaron al anochecer para replegarse nuevamente hasta el pueblo de Hueytamalco.

PRIMER COMBATE.- Cerca de la media noche del domingo 6 de agosto se escucharon disparos en la trinchera de Texcal, paulatinamente el fuego fue avanzando hasta las trincheras de El Arenal e Itzapa, el ataque duró hasta cerca del amanecer, pero el enemigo fue rechazado con éxito por las fuerzas republicanas, retirándose cuando despuntaba el día, después de haber sufrido algunas bajas. Esta fue la primera prueba a que se sometieron los patriotas tlapacoyenses, arrojando un saldo favorable, ya que fueron muertos 8 y  6 heridos, en tanto que en el bando de los republicanos, tan sólo hubo 4 muertos y 5 heridos.

El lunes 7 de agosto, llegó a Tlapacoyan el general Ignacio R. Alatorre, que era el jefe de la línea defensiva de "Tlapacoyan a la fortaleza de San Carlos", y enterado de la reyerta dictó algunas disposiciones, para la defensa y atrincheramiento de la plaza. El enemigo, conocedor de los refuerzos que habían recibido y creyendo que sería atacado, se refugió nuevamente en Hueytamalco, donde se parapetó esperando la ofensiva.

SEGUNDO COMBATE.- Alatorre sólo estuvo en Tlapacoyan cuatro días, pues las necesidades de la línea que resguardaba lo obligaban a estar en constante movimiento; pero antes de salir, el jueves 10 de agosto, para poderse dar una idea del acomodo de las fuerzas invasoras, le ordenó a una columna que realizara algunas exploraciones sobre el camino a Teziutlán; ésta, después de recorrer unos cuantos kilómetros, se encontró con el enemigo y regresó perseguida por las tropas austriacas y finalmente se replegó a la trinchera de El Arenal; al percatarse de esto el comandante Vicente Acuña, ejecuta una maniobra envolvente, cruzando por las barrancas y sorprendiendo a los enemigos por la retaguardia, ocasionándoles una completa derrota en la que quedaron 12 muertos, 15 heridos, armamento, municiones y 21 prisioneros entre austriacos y mexicanos.

Al anochecer, Alatorre recibió una comunicación del jefe austriaco Gruber, informándole que fusilaría a los prisioneros mexicanos que tenía en su poder si él fusilaba a los que le había hecho en la mañana de ese día; a lo que éste le contestó que “pasada la acción, había mandado fusilar a todos los traidores y en cuanto a los prisioneros austriacos que estaban en su poder, correrían la misma suerte que los prisioneros mexicanos que se encontraban en aquel bando".

Alatorre pensó que el escarmiento recibido por el enemigo sería suficiente para que éste no volviera a intentar otro ataque y se retiró el viernes 11 de agosto. Quedó el coronel Ferrer como responsable de la plaza. Traía en mente sitiar y tomar Xalapa, ya que si la estrategia extranjera era mantener un cordón entre el mar y la capital para no perder los suministros, evidentemente haría más daño rompiendo el cordón que iba de Xalapa a Veracruz que el que comunicaba con Nautla; así que, después de dictar las providencias defensivas de la plaza, le ordena a Ferrer que se reúna con él para el domingo 20 de agosto en Tlacolulan, ciudad ubicada a menos de 20 kilómetros de Xalapa.

Sin embargo el mal tiempo ocasionó que Alatorre se encontrara en Naolinco hasta el día 21, bastante molido por el mal camino que es tan característico en la temporada de lluvias, y más entonces, pues en las malas brechas que comunicaban a tierra caliente, las constantes lluvias destrozaban completamente los caminos y los hacían de difícil acceso, sembrándolos de innumerables sartenejas que hacían tan difícil el paso.

La apreciación estratégica del coronel Ferrer era diferente, pues estando el enemigo tan cercano consideraba inminente un nuevo ataque y por eso retrasó su salida, dando tiempo a que llegaran las fuerzas de la Guardia Nacional de El Pital para así no dejar la plaza desguarecida. Este tipo de acciones características de la conducta previsora del coronel Ferrer inspiraba simpatías. Se le sumaron en el trayecto de Tlapacoyan a Tlacolulan aproximadamente 100 hombres que, si bien eran insuficientes para una empresa de la magnitud que se requería para tomar Xalapa, servirían para obligar al enemigo a concentrar las fuerzas de las ciudades cercanas en la capital del estado, como de hecho ocurrió, ya que al sentir el enemigo el movimiento de tropas cercanas, inmediatamente pidió refuerzos que le llegaron de Huatusco, Orizaba y Teziutlán.

El general Alatorre le pidió a Ferrer que fuese a  Banderilla para hacer el cobro de las contribuciones que se adeudaban al estado, y al coronel Estrada le demandó que moviese los 150 efectivos con que contaba hasta la hacienda de la Concepción, con el objeto de ofrecerle cierto apoyo en caso de ser necesario en el movimiento de los dineros que iba a recaudar.

Desde que el coronel Ferrer llegó a Tlapacoyan, a principios de agosto, le había mandado a su amada algunos correos, pues quería saber en qué términos seguían sus relaciones; la respuesta lo alarmó, pues ella le contó que era acosada por el coronel francés Rafael Ferrater, que a ella sólo le merecía repulsión como enemigo que era de su patria, pero que sus padres, por temor, habían tenido que ceder a la solicitud del galán, quien frecuentaba su casa sin que ella le diera el menor motivo de alentar esperanzas. Sin embargo, como el cambio en las estrategias del general Alatorre lo habían acercado a Xalapa (sobre todo ahora que tenía la comisión de ir a Banderilla a cobrar algunas contribuciones del estado), concibió la idea de introducirse a la capiltal del estado burlando las avanzadas enemigas, para así poderle exigir cuentas a su rival en amores.

Aunque no se conoce el nombre de su amada, se sabe que el coronel le escribía poemas de amor y, a la usanza de la época, para hablar de ella, utilizaba un seudónimo que conocemos: Itumela. Ella vivía en la tercera calle de la Caridad (hoy de Juárez).

Así pues, embozado en las sombras de la noche llegó Ferrer, acompañado por unos amigos que decidieron tentar al destino y entrar a la ciudad que en ese momento era un bastión del enemigo para llegar hasta la casa de "Itumela". Cuando se acercaba, vio salir de allí a un militar que portaba el uniforme de coronel francés. Ferrer, que vestía de paisano, inmediatamente supuso que era su rival y se dirigió a él para exigirle una explicación. El extranjero, al comprender que, no obstante el traje civil, era un oficial republicano quien le interpelaba, en lugar de contestar, retrocedió unos pasos y desenfundó su pistola, pero Ferrer, que estaba atento a cualquier contingencia, hizo lo propio y se liaron a balazos. La suerte estuvo del lado del republicano y su rival cayó a tierra  sin vida. Así sucumbió, en un duelo de amores, el coronel Rafael Ferrater, de las fuerzas francesas.

Los disparos fueron escuchados hasta el Palacio Municipal e hicieron acudir a la policía. Al ver que el muerto era un soldado imperialista, emprendieron la persecución de Ferrer y sus amigos, quienes conocedores del terreno, lograron escapar hasta su campamento.

Cabe la posibilidad que esta historia romántica no sea tan real como ha sido contada, ya que si vemos con detenimiento los últimos cuatro versos del poema “Itumela”, que le hiciera Ferrer a su amada, nos quedaría la idea de que ella se dejaba querer por el soldado extranjero.

Mas ¿qué hallará que le parezca hermoso

el alma que conservo dolorida,

que halló feo, vacío y mentiroso

el corazón de una mujer querida?...”

Al retirarse Alatorre de Naolinco, le giró órdenes mediante correos al teniente coronel Estrada y al coronel Pérez, que comandaban las fuerzas de Zamora y El Pital para que, reforzando a las del coronel Andrade que se encontraban en Tlapacoyan, se apoderaran de Teziutlán. La operación fue efectuada el  lunes 11 de septiembre. Suponían encontrarse con un enemigo débil o escaso, cuando en realidad estaban preparándose para despejar el camino de abastecimiento al Golfo de México, y se toparon con un enemigo bien pertrechado y numeroso que causó a los republicanos 162 bajas y 35 heridos que los obligó a replegarse hasta Tlapacoyan en completa derrota.

TERCER COMBATE.- Los soldados del imperio, envalentonados por la facilidad con que habían derrotado a los republicanos en su fallido ataque a Teziutlán, y pensando que el fruto estaba maduro y no tenía caso esperar más para despejar el camino, once días después, es decir el viernes 22 de septiembre, deciden atacar Tlapacoyan, pero se llevan un chasco, pues son rechazados vigorosamente por las fuerzas pertenecientes al Batallón Ligero Llave, que mandaban los coroneles Manuel Andrade y Estrada, dejando en el campo 12 austriacos y 6 republicanos muertos y 8 heridos.

Días después se supo que el Conde de Thun había concertado con el general Juan Francisco Lucas (cacique militar de la sierra de Puebla) un armisticio, mediante el cual este último se comprometía a replegar sus fuerzas hasta Zacapoaxtla y Tetela, por lo que el invasor quedaba sin la zozobra de ser atacado por la retaguardia, dueño de la plaza de Teziutlán y de otras de menor importancia, próximas al camino Xalapa-México. Sin embargo, parece no haber existido una plena toma de conciencia de que la plaza de Tlapacoyan en ese momento se había vuelto tácticamente importante para el gobierno imperial.

Señala Ramírez Lavoignet en su Biografía de los gobernadores que, a iniciativa del general García se había formado una línea defensiva provisional conjunta de los estados de Veracruz, Chiapas y Tabasco, cuyos representantes lo designaron general en jefe el 26 de marzo de 1865 y el gobierno de la República le confirió el mando de la Línea de Oriente, que incluia a los tres anteriores y a Oaxaca, Puebla y Tlaxcala; según consta en documento del 18 de mayo del mismo año, en este mismo tenor, el General sonorense Ignacio R. Alatorre fue nombrado Jefe de las fuerzas de Barlovento por el general Alejandro García y procedió a formar una sola división compuesta de cuatro columnas, de las cuales, la primera estaba a las órdenes del general Juan N. Méndez, poblano oriundo de Tetela y quien llegaría a ser presidente interino de la República 11 años después. Se integraba esta columna por la Guardia Nacional de Papantla y la Compañía Fieles de Tuxpa;, la segunda, se componía del Batallón Ligero Llave y la Guardia Nacional de Tlapacoyan, bajo el mando del Coronel Andrade; la tercera estaba a las órdenes del teniente coronel Lorenzo Fernández, formada por la Guardia Nacional de Misantla y por el Batallón Ligero Zamora; y la cuarta, a las órdenes  del  coronel Honorato  Domínguez, la  constituían  todas  las guerrillas de Tierra Caliente.

El general Alatorre dispuso que se reforzara el destacamento de esta plaza, que quedó a las órdenes de los coroneles Ferrer y Andrade, mientras él les enviaba algunos pertrechos; así fue como llegó a sumar la guarnición 500 hombres y además fueron pertrechados con dos obuses provenientes de Papantla.

Las siguientes semanas fueron de aparente inactividad por parte del enemigo, que se encontraba acantonado en Teziutlán al mando de los jefes austriacos Grubher y Zach. Contaban estos con cerca de 2,500 hombres de las tres armas (artillería, infantería y caballería) y con un servicio eficiente de intendencia. En realidad era la calma que precedía a la tormenta pues estaban haciendo los preparativos para tomar por asalto a Tlapacoyan.

CUARTO COMBATE.- El  jueves 16 de Noviembre, a eso de las dos de la tarde, las columnas austriacas, que para ese momento habían aumentado considerablemente por los realistas mexicanos que se les habían unido en el rumbo de Perote y Jalacingo, descendieron acampando en Hueytamalco, Dos Cerros y Tomata; se acercaron a unos 12 kilómetros de la población que era su objetivo y empezaron a preparar el sitio. Para entonces, había transcurrido casi mes y medio sin que se registrara ninguna escaramuza y aunque la población vivía la zozobra natural de un estado de sitio, nadie sospechaba que se aproximaba una gran batalla, en la que se decidiría no sólo el dominio de la plaza de Tlapacoyan, sino el de toda la costa de Barlovento. Es interesante saber que si bien barlovento significa: la parte de donde viene el viento, el gobernador, coronel Francisco de Paula Milán, hombre muy ligado a la historia de San Rafael y amigo de Rafael Martínez de la Torre, tenía la idea de que para procurar un mejor servicio militar en el estado, éste debería dividirse en tres líneas militares: Sotavento, Centro y Barlovento. La primera comprendería los cantones sureños de Minatitlán, Acayucan, Los Tuxtlas, Cosamaloapan, Veracruz, Zongolica y los pueblos de Orizaba y Córdoba. La del Centro correspondería a Xalapa, Coatepec, Misantla, Jalacingo, Huatusco y algunos pueblos de Córdoba y Orizaba; y la tercera correspondería a los cantones de Papantla, Tuxpan, Chicontepec, Tantoyuca y Tampico.

QUINTO COMBATE.- Albeando el viernes 17 de noviembre, comenzó el descenso de los soldados imperialistas. Bajaron tres columnas que, desplegadas como abanico, sitiaron parcialmente la vill;, una de estas columnas descendió por el Cerro de Gentiles, otra por el camino del pequeño volcán de Dos Cerros y una tercera por el de Tomata, lanzándose al asalto a las 7 de la mañana y durante nueve horas. Austriacos y mexicanos combatieron con denuedo. Los primeros, con sus cañones de 8 pulgadas (como eran rayados les daban mayor precisión y tenían un alcance de unos dos kilómetros), hacían cimbrar el suelo y desmoronaban los parapetos de los defensores, quienes apostados en lugares estratégicos pudieron soportar la agresión e incluso repelerla, por lo que al caer la tarde, cuando los invasores se dieron cuenta de que no sería posible tomar la plaza, iniciaron la retirada dejando en el campo 36 muertos, 14 heridos y 24 prisioneros; en tanto que por el lado republicano quedaron 18 muertos y 11 heridos.

Para aprovechar la huida en su favor, Alatorre ordena al Coronel Andrade que persiga al enemigo, que se retiraba por el rumbo de Tomata y que en su huida iba incendiando casas y disparando sobre los vecinos que, curiosos, osaban asomarse. Andrade con 100 hombres del Batallón Ligero Llave y 40 de la Guardia Nacional de TIapacoyan, se dispuso a perseguirlos tal y como se lo habían ordenado. En tanto el general Alatorre, con otros 100 hombres de Zamora y El Pital, hizo un rodeo por las cañadas, pero llegó tarde para prestarle auxilio a las fuerzas de Andrade, que iba recibiendo el fuego de la artillería enemiga de frente, porque ésta, aunque iba de huida, siempre se encontraba emplazada en lo alto y a medida que se replegaban, alcanzaban mayores alturas, con lo que aumentaba el alcance de su artillería. La maniobra produjo resultados desastrosos en los republicanos, que tuvieron 44 muertos y 21 heridos, entre ellos 12 de TIapacoyan. Cuando Andrade retrocedía con la tropa diezmada, se les unió Alatorre, quien no había podido llegar a tiempo hasta el lugar donde se desarrolló con mayor intensidad el combate.

Aprovechando que una fuerza había salido a perseguir a los austriacos por el camino de Tomata, otro grupo de imperialistas, pretendiendo tomarlos desprevenidos descendieron por el cerro de Gentiles y atacaron las trincheras de El Zapote y El Arenal. No obstante la fuerza con que cargaron, con un contingente numeroso y artillería, fueron rechazados, dejando 12 muertos y llevándose 7 heridos.

Las lluvias, que normalmente están presentes por estas fechas, llegaron el sábado 18 y aprovechando su intermitencia, Alatorre mandó a recoger los despojos y sepultar a los muertos de ambos bandos, pues el enemigo en su huida, no había tenido tiempo ni para recoger sus cadáveres.

SEXTO COMBATE.- El lunes 20 de noviembre incursionaron los republicanos tiroteando los tres campamentos que tenían los imperialistas establecidos en las cercanías de Tlapacoyan. A las once de la mañana le tocó el turno a la contraofensiva imperialista y de Tomata se desprendió una columna con 400 hombres y una pieza de artillería con la que inició el asedio a la trinchera de Itzapa, apoyada por un batallón de tiradores que prolongaron el asedio durante dos horas y retirándose después, al ver la inutilidad del intento.

SÉPTIMO COMBATE.- Pensando que sería propicio el ataque, el martes 21 el enemigo descendió simultáneamente en grandes columnas por los cerros de Gentiles y El Chacal, pero fueron repelidos por las avanzadas, quienes estaban atentas a cualquier movimiento enemigo, obligándolos a detener su marcha.

La población se sumó a la defensa, impulsados por el alcalde Manuel Mendoza, quien en un discurso hizo enardecer los ánimos de los lugareños, haciéndoles ver lo importante que era que en esas horas difícile, se encontraran hombres capaces de defender su patria. Al caer la tarde, nuevamente intentaron los imperialistas el asalto y de Tomata salió una columna fuertemente armada que se detuvo a una distancia de tiro de cañón y después de amagar durante una hora, contramarchó.

Ese mismo día, pero ya de noche, un pelotón de soldados imperialistas que se hallaban situados en Eytepeques, probablemente envalentados por una ración de alcohol, atacó Texcal, que era defendida por Ferrer, Acuña, Ortega, López Limón y 120 hombres de tropa; después de media hora dejó de hostilizar al parapeto republicano y regresó al sitio donde estaban acantonados.

LA BATALLA DE TLAPACOYAN.- Aunque el ejército imperialista tenía sitiada la población desde hacía varios días y contaba con fuerzas de las tres armas que sumaban más de 2,500 soldados entre austriacos y simpatizantes de la causa del emperador, esa madrugada recibió de Teziutlán un refuerzo de 500 infantes, por lo que contaron con 3,000 soldados contra sólo 500 republicanos, lo que los indujo a pensar que era el momento de asaltar la plaza, pues no sería fácil que se presentara una mejor oportunidad. Así que una columna situó su artillería en las partes más altas e inició el fuego a las 6 de la mañana sobre la trinchera de Texcal, y otra sobre la de Itzapa, mientras dos más hacían lo propio sobre las de El Zapote y El Conejo.

Las trincheras fueron reforzadas con los voluntarios de Tlapacoyan, quedando los defensores distribuidos como sigue:

—La trinchera de Itzapa, con 60 hombres, estuvo a cargo del capitán Bernabé Valdez y 20 voluntarios de Tlapacoyan.

—La trinchera de El Peñascal, con 20 voluntarios y 50 hombres de la fuerza regular, a cargo del capitán Pascual Arriaga.

—En la trinchera de Texcal, el coronel Manuel Alberto Ferrer, y el comandante Cenobio Rojano, con 80 hombres de la fuerza regular y 40 voluntarios, con 2 obuses que estaban asistidos por el comandante Vicente Acuña, el capitán López Limón y los subtenientes Rodríguez, y Jiménez.

—La trinchera de El Arenal, a cargo del comandante Antonio Amaro, con 100 hombres y 30 voluntarios.

—La trinchera de Salto del Conejo, a cargo del coronel Manuel Andrade y del subteniente Antonio Oltela, con 30 voluntarios, 30 Regulares y el resto de la fuerza.

—La trinchera de El Zapote, a cargo del capitán Juan Mejía, con 50 hombres y 20 voluntarios.

—La trinchera de La Horqueta, (donde aún hoy existe una ermita), a cargo del general Ignacio R. Alatorre, con 130 hombres, y que era donde tenía establecido su puesto de mando, con el resto de la gente.

El enemigo cargó simultáneamente y con gran vigor contra todos los puestos, obligando a ceder ante su acometida primero a la trinchera del Peñascal, donde el enemigo se parapetó y emplazó la artillería para bombardear el puesto de Texcal, haciendo lo mismo después sobre la trinchera de Itzapa, mientras los soldados que habían descendido por Gentiles, arreciaban su ataque sobre los puestos de El Arenal y de El Zapote.

Como es sabido, la artillería obliga a replegarse y al suspender el bombardeo, la infantería va tomando los sitios que fueron desalojados, así, ocho piezas de artillería inician esa mañana su ataque sobre Texcal, con tan mala suerte, para las armas republicanas, que uno de sus dos obuses quedó destruido. El coronel Ferrer, junto con los hombres que estaban en la trinchera de Texcal soportaban el bombardeo que recibían de los austriacos, pero al caer la trinchera de El Peñascal, arreció y con más precisión el cañoneo a la trinchera de Texcal y de esta manera les fueron derribando las improvisadas barricadas que habían construido con trozos de madera y peñascos, por lo que envió a Rafael Ortiz como correo al puesto de mando de Alatorre, pidiéndole auxilio. Alatorre, al comprender que la batalla estaba perdida se había puesto en marcha hacia El Jobo, cuando fue interceptado por Rafael Ortiz, y envió al coronel Ferrer esta respuesta:

"dígale a Ferrer que se defienda como pueda, y que si muere en esta lucha, yo me encargaré de decirle al mundo que murió como un héroe”.

Ortiz ya no pudo regresar a dar tan angustiosa noticia, porque para entonces los parapetos de El Arenal y El Zapote habían caído y Ferrer era atacado por los cuatro costados, estaba casi al descubierto, porque la artillería enemiga emplazada en El Peñascal y la del camino de Teziutlán les habían derribado toda la defensa con que contaban.

Con desesperación vio Ferrer sucumbir a sus hombres uno por uno; Acuña, el valiente comandante cordobés, compañero de su infancia, el capitán de artillería López Limón y el subteniente Rodríguez del Batallón Llave, quienes hacían lo imposible, tratando de utilizar de la mejor manera el único obús que les quedaba.

El sitio de Tlapacoyan vivía sus últimos momentos, Ferrer y los pocos sobrevivientes que quedaban, algunos de ellos heridos, seguían batiéndose con gran brío, pero sin poder contener ya el avance del enemigo quien al llegar a una distancia de veinte metros cargó resueltamente sobre el parapeto al arma blanca. Ferrer, animando a sus hombres al grito de: "a ellos, ¡Viva México!", hizo que sus compañeros de armas, con bayoneta calada recibieran bravamente a los atacantes, en una lucha cuerpo a cuerpo y sin cuartel aunque perdida de antemano para el bando republicano. Pero, al iniciarse el asalto, en una descarga que hicieran los austriacos, Ferrer, que había brincado sobre los restos del parapeto y disparaba su pistola, recibió un tiro en la frente que segó su vida.

Según el informe rendido mucho tiempo después por Alatorre, el saldo de supervivientes en la trinchera de Texcal fue el siguiente: de los 120 hombres de la Guardia Nacional y voluntarios de Tlapacoyan que defendían la trinchera de Texcal sólo quedaron con vida once personas: el Comandante Vicente Acuña, con un brazo despedazado por la metralla; el Capitán López Limón, el subteniente Rodríguez y ocho elementos más.

Al ver Alatorre que la batalla estaba perdida, se retira de la trinchera de La Horqueta (cuya ubicación hoy en día sería cercana al colegio Ruiz Cortines); sin embargo, espera que lleguen los soldados que se batían en retirada, reúne unos 40 hombres y deja al capitán Aguirre con el mando de esa tropa. Él continúa hasta la hacienda de El Jobo, de allí se va a Ixcacoaco (que en aquel entonces, era la congregación más importante y poblada de las que pertenecían a Tlapacoyan), donde permaneció con la idea de llevar al cabo un contraataque, reuniendo a su gente y enviando correos a Papantla, a Tuxpan, así como a la Línea de Veracruz a Xalapa, que cubría el coronel Honorato Domínguez, para solicitar ayuda.

Pero esta batalla perdida había aniquilado momentáneamente la velocidad de respuesta del ejército republicano y pasan 26 días sin que pueda aglutinar un contingente importante, por lo que en la madrugada del domingo 17 de diciembre, el capitán austriaco Hammerstein le da un "albazo", ocasionándole una verdadera derrota en la que le hicieron al capitán Aguirre 18 prisioneros con sus fusiles y le quitaron dos banderas, gran cantidad de parque, una caja con 600 pesos fuertes, caballos y acémilas de carga, por lo que se vio obligado a pedir una tregua al enemigo por ocho días en la que se comprometía a entregar toda la línea hasta Misantla pasado el plazo; antes no, porque argumenta que si queda sin guarnición la plaza de Misantla, podrían volver los indios —que ya antes se habían levantado en armas— a cometer tropelías. Finalmente se ve obligado a entregar la plaza a los imperialistas el jueves 21 de diciembre y se retira a la hacienda de El Rincón, cercana a Papantla, donde sufre una nueva y terrible derrota que lo hizo capitular en definitiva, en unión del general Muñoz, autoridad política de Barlovento, y se ve obligado a firmar ante la presencia del Conde de Thun y el Comisario Imperial Galicia el pacto en Papantla. Así cayó la Línea de Barlovento, quedando únicamente al sur de ella, sobre las armas, el coronel Honorato Domínguez, comandante de la Línea de Veracruz a Xalapa con matriz en la fortaleza de San Carlos.

Cabe hacer notar que el triunfo de Tlapacoyan para los austriacos tuvo tal resonancia que se dio a conocer en el extranjero y que motivó que el 9 de diciembre de 1865, en cumplimiento al decreto del 6 del mismo mes, expedido por la Gran Cancillería de las Ordenes Imperiales, fuesen condecorados por orden de S.M. el emperador, los jefes y oficiales y algunos realistas que tomaron parte en el combate.

Bandera de México en 1865, bajo el emperador Maximiliano de Habsburgo

La acción de Tlapacoyan arrojó un saldo de 86 austriacos muertos, entre ellos el teniente Read, 29 heridos, incluyendo a Rausther, y por parte de los republicanos, entre muchos otros murieron el coronel Manuel A. Ferrer, el comandante Cenobio Rojano, el subteniente Jiménez, los capitanes Bernabé Valdez, Pascual Arriaga, Juan Mejía y Antonio Amaro. El total de muertos mexicanos fue de 268 y de 82 heridos, más 202 prisioneros.

Las fuerzas realistas, que disponían de un batallón de zapadores, terminada la batalla procedieron a cavar zanjas en los mismos sitios en que se registraron los hechos, inhumando en ellas a los mexicanos muertos, mientras los de ellos fueron conducidos al panteón de la ciudad, y clases y oficiales al atrio y patio del curato de la Iglesia.

En ambos bandos hubo interés por ocultar la magnitud de la batalla; los austriacos, porque querían ganarse la simpatía de la gente de esta región para fines ulteriores y Alatorre, para minimizar la magnitud de la derrota, también ocultó la verdad y sólo en su reseña histórica, publicada posteriormente, deja traslucir entre líneas que de 500 hombres con que defendió la plaza logró reunir 100 sobrevivientes.

Al caer la tarde de ese mismo miércoles 22 de noviembre, el cura Miguel Domingo Reyes despide a los muertos con sus oraciones, 26 quedan sepultados en el lado sur del jardín del curato. Ferrer y el teniente Read quedan en el lado norte. Al bajar a la fosa, ambos reciben los honores de ordenanza, siendo por este motivo Ferrer el único soldado republicano que recibió honores por parte del imperio; también fue el último en ser enterrado en esa tarde grisácea. Más tarde, una lluvia pertinaz que paulatinamente fue arreciando sumió en la neblina a la ciudad.

Apéndice 1

A ITUMELA

¿No estás triste, Itumela, nunca lloras?

Sueños de amor se agitan en tu mente.

Alegre miras deslizar las horas

en brazos de un bellísimo presente.

 

Tienes razón, hermosa. De la vida

son encantados los primeros años,

¡ojalá nunca sientas tu alma herida

como queda al pasar los desengaños!

 

Para ti todo es bello todavía,

todo tiene su encanto, su hermosura;

pero yo, sólo tengo en el alma mía

desencanto, fastidio y amargura.

 

Tú abandonas tu lecho en la mañana

y el beso maternal sella tu frente,

y oyes cantos de amor en tu ventana

a la luz de la luna refulgente.

 

Los dulces trinos del clarín sonoro

de la llorona tórtola el gemido

y la canción del ruiseñor canoro

juntos van siempre a regalar tu oído.

 

Los aires y las brisas perfumadas

acarician tu frente sudorosa,

al venir a ofrecerte enamoradas

el aroma del nardo y de la rosa.

 

Y sin soñar del mundo en el martirio

sonriendo ves los prados y las flores,

y entusiasmada en juvenil delirio

crees que todo habla de placer y amores.

 

Ni piensas en la pena; destructora

que un porvenir oscuro nos ofrece,

ni percibes el llanto que devora

al corazón del triste que padece.

 

Por eso, vida mía, nunca lloras,

pues nadie, piensa en los primeros años

en el dolor y las amargas horas

que dejan al pasar los desengaños.

 

Por eso tu alma de placer henchida

que no conoce el padecer impío,

sonriendo mira resbalar la vida

y todo es bello para ti, bien mío...

 

Mas ¿qué hallará que le parezca hermoso

el alma que conservo dolorida,

que halló feo, vacío y mentiroso                             

el corazón de una mujer querida?...

 

Manuel Alberto Ferrer y Corzo

Apéndice 2

Muchos tlapacoyenses que han leído acerca de esta batalla suponen que fue por cobardía o traición el hecho de que Alatorre abandonara la plaza de Tlapacoyan, porque se sienten heridos en su orgullo al saber que el general dejó a su suerte a las fuerzas que defendían la villa. Incluso el nombre de la calle principal, Alatorre, fue cambiado por el de Héroes de Tlapacoyan, por un sentimiento de este tenor.

Espero que el siguiente argumento les haga cambiar de opinión: Si es verdad que las fuerzas nacionales vencieron a los ejércitos franceses el 5 de mayo de 1862, también es cierto que un año después, el 17 de mayo de 1863, los franceses vencieron a las fuerzas republicanas en el mismo lugar. Esa segunda ocasión, por órdenes del presidente de la república Benito Juárez, se contaba en Puebla con más fuerzas de las que estratégicamente hubiese sido correcto. El general Jesús González Ortega, quien sustituyera en el mando al general Ignacio Zaragoza, ya que éste había muerto de tifo exantemático en septiembre del año anterior, le indicaba al presidente lo peligroso de su táctica ya que si perdiesen, el ejecutivo quedaría sin ejército y se vería obligado a huir de manera prolongada, durante mucho tiempo, hasta que se rehiciese un nuevo ejército. Juárez desatendió el consejo y, como ya sabemos, se vio obligado a mantener su presidencia itinerante en un carruaje. Al otro día del triunfo francés, el 18 de mayo, se presentó ante los prisioneros mexicanos un oficial francés, llevando, por órdenes del general Forey, un pliego que contenía el compromiso para los prisioneros de reconocer al imperio y de jurar no volver a hacer armas en contra de éste. El día 22 de mayo una columna de 1400 hombres compuesta por generales, jefes y oficiales que se negaron a firmar el mencionado compromiso salen de Puebla con rumbo a la Martinica y de allí a Francia. Este grupo, que conformaba el grueso de los hombres con mando de tropa del ejército mexicano, por negarse a jurar fidelidad a Francia es conocido en la historia como “los no juramentados” y si no hubiese sido por la gran cantidad de deserciones, la República se habría quedado prácticamente sin oficiales.

Mi intención al marcar este episodio es señalar que si las plazas que están perdidas no se abandonasen, se perderían inútilmente muchos oficiales.

Es más, podría considerarse traidor a Juan Francisco Lucas, que firma un armisticio con el conde de Thun, quedando con esto los austriacos protegidos en la retaguardia y facilitándoles por ello invadir el corredor de barlovento. El general Alatorre fue un hombre que generalmente mantuvo su lealtad a quien fuese leal a la República y estuviese del lado de la ley. Nace en 1832 en Guaymas Sonora y a los 18 años, en 1850, interrumpe sus estudios en el Seminario de Guadalajara para ingresar como alférez en la Guardia Nacional de Jalisco. Es herido en el Batán en 1851. Combate en la Baja California a los filibusteros de Walker que en 1853 habían fundado la República de Sonora-Sinaloa, que abarcaba incluso hasta una parte del sur de California.

Una vez que expulsa de suelo nacional a Walker, el filibustero huye hacia Nicaragua, en donde se declara Presidente de la República y está a punto de ser reconocido por los Estados Unidos, pero la expropiación de los ferrocarriles propiedad de Cornelius Vandervilt provoca que éste presione al gobierno de su país para que no lo reconozca y finalmente termina siendo fusilado. En Sonora, Alatorre combate a Rousset de Boulbon en 1854; dos años después pelea contra Vidaurri, en 1856; durante la intervención francesa es comisionado para defender Teziutlán. En la Batalla de Puebla, el 5 de mayo de 1862, le toca defender el Cerro de Loreto. Otra vez en Puebla pelea a las órdenes de Jesús González Ortega, en 1863. Se distingue en Acultzingo atacando al ejército francés para facilitar la huida de los prisioneros mexicanos que eran conducidos al destierro. Pierde la batalla de Tlapacoyan en noviembre de 1865, con lo que queda el Golfo de México a merced de los imperialistas, pero toma Xalapa en 1866, con lo que comienza la recuperación del suelo antes perdido y rechaza a fuerzas enemigas muy superiores en número. Concurre a la toma de Puebla, con Porfirio Díaz, el 2 de abril de 1867, y al sitio de México contra los imperialistas.

Alatorre defiende a Juárez contra los sublevados del Plan de la Noria y posteriormente al Presidente Lerdo contra los rebeldes tuxtepecanos, es nombrado General de División por méritos en campaña en 1870 y después es nombrado gobernador y Comandante Militar de Puebla en 1872 y al año siguiente es nombrado Jefe militar de Yucatán, en donde ocupa el gobierno interinamente. Pierde frente a Porfirio Díaz la batalla final en Tecoac, el 16 noviembre de 1876, batalla que define el ascenso del porfirismo. Está en servicio activo en 1882 y marcha a Europa en comisión del gobierno. Es Ministro de México en Centro América en 1890, donde reside varios años. Muere en la ciudad de Tampico, Tamaulipas, en 1899.

Apéndice 3

Siendo gobernador el Lic. Francisco Hernández Hernández, el Gobierno del Estado de Veracruz, con fecha sábado 27 de febrero de 1869 y por decreto No. 142, designó a la entonces villa de Tlapacoyan con el título de "Heróica" y en el H. Ayuntamiento de Córdoba, Veracruz, ciudad natal del héroe, mandó grabar su nombre con letras de oro en el Salón de Sesiones. El Lic. Francisco Hernández también era gobernador durante la invasión francesa y a él le correspondió declarar Benemérito del Estado al general Ignacio de la Llave, quien había sido asesinado el 23 de junio de 1863. También ordenó que el estado se denominara en lo sucesivo Veracruz-Llave.

Apéndice 4

El Gobierno del Estado de Veracruz, por decreto No. 91 del 13 de marzo de 1878, creó el municipio de Juchique de Ferrer, en homenaje al glorioso soldado cordobés.

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