José Lanzagorta Croche

jlanzagort@yahoo.com

La otra cara del Descubrimiento de América

(Primera de dos partes)

 

En 1519, trece años después de muerto Cristóbal Colón, al ver que no hay un retrato del Almirante de la Mar Océana, Carlos V pregunta si hay un retratista que hubiera estado en la Corte de sus abuelos, para que le hiciera un cuadro del referido almirante. Sebastiano del Piombo, que estuvo en la Corte de los Reyes Católicos, le entrega este trabajo, que es el único retrato hecho a Colón por alguien que lo haya visto.

Los Reyes Católicos

En 1469 se casan quienes fueron conocidos por antonomasia como los Reyes Católicos: Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Diez años después, en 1479, se unen los dos reinos ibéricos bajo la divisa de: "tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando". Regresando un poco en el tiempo, recordaremos que Juan II de Castilla, de quien se dice era bien parecido pero débil, permitió que su gobierno fuese administrado por un tipo autoritario y sin escrúpulos: Álvaro Luna, que fue ejecutado por órdenes de la reina, quien enseguida aseguró la sucesión para su hijo Enrique IV. Pasado el tiempo, éste tratará de entronizar a Juana, su hija putativa, sólo para encontrarse con la voluntad opuesta de los nobles, quienes escogieron e impusieron a la hermana del rey, Isabel de Castilla.

Es entonces cuando salen vencedores en la guerra civil por el trono los partidarios de Isabel —en contra de Juana la Beltraneja (1475-79), de quien se dice no fue hija del impotente Enrique IV, sino de un noble llamado Beltrán de la Cueva—; y estos, ungidos con el poder absoluto, aunque devastados por los hechos de guerra, se abocan con ambición extrema a la liberación total de España.

El Santo Oficio

Isabel, de 1.52 metros, pequeña sin duda, aún para los cánones de altura de su época, pero grande en su ambición, permite que se introduzca en su reino la Santa Hermandad (1476), cuya fuerza culmina con el establecimiento de la Inquisición (1480), pretexto que sirve para apoderarse del capital financiero sefardita (judío), pues bastaba que fueran sospechosos, o simplemente se les acusara de no observar  ortodoxamente el rito católico, para que fuesen llevados a la hoguera después de haber sufrido las más grandes torturas y, por supuesto, la corona se quedaba con capital y tierras de aquellos sospechosos de herejía llamados de manera insultante "marranos". Para decirlo con otras palabras, la Inquisición quedó formalmente constituida en España con carácter de órgano judicial, supeditado a los intereses de la corona, es decir de los reyes y no como órgano religioso.

El ataque a los judíos

La Inquisición ganó fuerza al ir extendiendo su persecución no sólo contra los infieles, sino también contra los conversos, quienes se volvieron más intolerantes que los mismos inquisidores a fin de probar su fidelidad ortodoxa. Y como para que la cuña apriete ha de ser del mismo palo, sucede que el primer Gran Inquisidor General de los Reinos de Castilla y Aragón, es el dominico Tomás de Torquemada, judío converso, famoso por su ciencia y devoción, redactor de las instrucciones del Santo Oficio y que desempeñó sus funciones con gran actividad y fanatismo inexorable.

Acaso el peor error del Reino Unificado sea la expulsión de los judíos, aunque éste haya sido determinado por razones tanto ideológicas como materiales, la primera bajo la base de un solo dogma y la segunda por la pureza de  la sangre.

Pero antes, recordemos que en 1188 es convocado el primer parlamento español por el rey Alfonso IX de León, precediendo en 44 años al siguiente parlamento europeo de que se tenga noticia, que es  el de la Alemania de los Hohenstaufen en 1232, en tanto que las primeras Cortes de Cataluña de 1217, preceden por 48 años al primer parlamento inglés de 1265. En otras palabras: la España medieval se encontraba tanto o más preparada que Inglaterra o Francia para transformarse en la democracia europea más moderna. ¿Por qué es que esto no ocurrió? Aún cuando no sea más que una simple especulación y por supuesto, reconociendo que el problema de fondo es multifactorial, nos encontramos con un número grande de pequeños reinos débiles, porque sus señores habían ido cediendo el poder al pueblo a fin de no perderlo en su totalidad. Cuando entra en escena el Reino Unificado, fuerte en comparación con estos pequeños reinos, desaparecen los parlamentos o van perdiendo su fuerza a manos de los Reyes Católicos. Paradójicamente, resulta que al aumentar su caudal a expensas de la expropiación de las más industriosas castas de España, la corona unida recibió apenas una pitanza comparado con lo que perdió de manera mediata e inmediata. Pues hay que recordar que los judíos sumaban aproximadamente medio millón de habitantes (de un total de siete millones); y además, por la situación especial en que estaban, representaban a más del 30% de la población urbana; integraban la clase culta: tenedores de libros, escribanos, artesanos, literatos, artistas y prestamistas, y su expulsión sumió a España en un atraso oscurantista que todavía tardaría más de un siglo en llegar, pues la luz del descubrimiento del Nuevo Mundo haría más lento su ocaso.

La expulsión de los árabes

España convivió con los árabes por 781 años (711-1492). Al principio los musulmanes encontraron poca resistencia de parte de los divididos reinos cristianos. Pero al expandirse cada vez más fueron detenidos por Carlos Martel en 732 y gracias a eso el resto de Europa no fue musulmana. Dentro de España fueron rechazados por primera vez en 722, en la batalla de Covadonga, por el cabecilla asturiano Pelayo. Precisamente fue entre las nieblas de las montañas asturianas en donde se creó y fortaleció la resistencia cristiana y empezó a empujar hacia el sur a lo largo una batalla que duraría siglos.

Esta guerra multisecular permitió a su vez que se fueran mezclando e intercambiando cultura, sangre, pasión, sabiduría y lenguaje.

La España musulmana nos legó el álgebra, así como el concepto del cero. Los numerales árabes reemplazaron el sistema romano, el papel fue introducido en Europa, así como el algodón, el arroz, la caña de azúcar y la palma datilera. Nuestros modernos conceptos del confort seguramente vienen de los árabes, ellos nos legaron una filosofía para disfrutar la vida por medio de la exacerbación de los sentidos, las al-mohadas, el al-cohol, las toallas. El gusto casi vicioso por el agua. Sus palacios están llenos de surtidores y acueductos,  nos enseñaron astronomía y alquimia y enriquecieron nuestro idioma. Una cuarta parte de las palabras del español es de origen árabe.

En la lucha por la hegemonía española  buscada por los Reyes Católicos, les tocaba su turno a los árabes y una guerra de casi 800 años tocó a fin cuando Muhammad XI Abu Abd Allah mejor conocido como Boabdil, es derrotado en Granada, último bastión del Islam en Europa.

El barco hundido

Cristóbal Colón Fontanarosa, nombre españolizado del marinero que se decía genovés, –aunque todos sus documentos están escritos en castellano con influencia catalana y portuguesa, nunca en italiano– nacido probablemente en 1451, y que se encontraba sin trabajo a partir de que perdiera un barco en el Cabo de Santa María, pasaba las tardes en Lisboa sentado en una taberna esperando entrevistarse con Mario Centurione, armador de barcos que posiblemente le diera trabajo, mientras tanto, para mantenerse vivía como cartógrafo. En sus ratos de ocio cartografiaba para sí los mapas que se mantenían en secreto para el rey Juan II de Portugal y que estuvieran al cuidado del maestro Jácome Rives. Bartolomeo, su hermano 10 años menor que él se los conseguía, pues era ayudante del mencionado maestro. Dice don Hernando Colón, su hijo y mejor biógrafo, que él no conoce a ninguna persona más interesada en ocultar su origen y su pasado que su padre. Probablemente la explicación a esta incógnita de su vida se pueda rastrear en sus documentos, los facsimilares de los manuscritos de Colón muestran que para marcar los espacios ocupa una vírgula separadora, carácter que no era de uso en los papeles castellanos ni de ningún otro reino en esos días, sólo en el reino de Aragón, por lo que esta costumbre tan arraigada en él, puede presuponer su nacimiento en ese reino; parece ser que el rey Fernando tuvo disputas con una familia catalana de apellido Colomb, tal vez este detalle también sirva para esclarecer esa manía de ocultar su origen, más si se considera que hay muchas similitudes entre la forma que él escribe y lo que se llamaba en aquel entonces “ladino”, término con el que se conocía al español hablado por judíos.    

Los árabes habían vuelto a subir el precio de la pimienta y las rutas por tierra firme, como las había trazado Marco Polo, eran sumamente peligrosas y casi ningún comerciante arriesgaba su dinero en ellas. Los barcos habían llegado cada vez más al sur del continente africano pero aún no habían avistado el final y si lo consiguieran, tendrían que salir a escape, pues sabían que se toparían con la península arábiga.

Las ideas del mundo redondo

Por otro lado, Colón, como muchos otros navegantes no creía que la tierra fuera plana. Sentido común —se decían entre ellos— cuando un barco se aleja, se pierde primero del casco que las velas. Si por cabotaje se entiende la navegación que se hace sin perder de vista la costa, es decir, con la seguridad de poder regresar a tierra firme en caso de que surja un imprevisto. Cruzar del occidente un mundo redondo hacia el oriente, implicaría estar al garete durante cuántos kilómetros o nudos, y ¿qué certeza hay de que exista el viento durante toda la travesía o el regreso?

Colón conocía los trabajos que afirmaban que la tierra era redonda de Toscanelli, Eratóstenes, Estrabón y Ptolomeo. Para que la empresa de las Indias fuera posible, para que las naves y sus tripulaciones sobrevivieran al largo viaje, la tierra tenía que ser más pequeña de lo que había predicho Eratóstenes. Por lo tanto Colón hizo trampa con sus cálculos, como lo indicó muy correctamente la Facultad de Salamanca que los examinó. Utilizó la menor circunferencia posible de la tierra y la mayor extensión hacia el Este de Asia que pudo encontrar en todos los libros y mapas de que disponía; además, exageró incluso estas cifras. De no haber estado América en medio del camino, la expedición habría fracasado estrepitosamente.

La vela latina

Colón pudo haber iniciado su viaje hacia el oriente mucho tiempo antes; hubo gente interesada, capaz de arriesgar su dinero en esta empresa, ricos comerciantes y terratenientes como el primo de la reina Isabel, Rodrigo Ponce de León, o el duque de Medinacelli, o el acaudalado comerciante, banquero y prestamista de la Corona don Luis de Santángel. Pero, prudentemente, no quiso emprender la travesía sin el reconocimiento de los reyes.

¿Qué sucedería si alguno de los marineros que viajaban con él le robara la idea de los vientos del Este? ¿Si alguien se enterara de la nueva ruta a Oriente? Cualquier hombre avispado podría reunir un grupo de inversores y arramblar con todos los beneficios. Y el capitán que hiciera el primer viaje podría ser merecedor de un título de nobleza. Y un título a él podría garantizarle la vida, pues se había amancebado con una judía conversa de nombre Beatriz, que por cierto era prima del inquisidor Torquemada.

Afortunadamente, después de siete años de espera, los Reyes de España aceptaban las condiciones de Colón; es decir, el 10% del beneficio neto, o el 12.5% del bruto. Además, tenía la conciencia de que si hiciera la expedición sin el consentimiento de la Corona y encontrase algo importante, quedaría como un corsario, y él lo que quería era asegurar el futuro de su descendencia, por lo que prepara la expedición ya con el título de Almirante de la Mar Oceana y asegurado de un porcentaje de las ganancias en todo lo descubierto.

Al amanecer del día 3 de agosto de 1492, sale Colón al mando de “Las tres carabelas”: la Niña, la Pinta y la Santa María; en las dos primeras van los capitanes, primos y expertos navegantes Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez Pinzón y él va al mando de la Santa María, que enarbolaba la insignia del Capitán General. De la nao Santa María o capitana que iba mandada por Cristóbal Colón, su propietario era el marino cántabro y más tarde célebre cartógrafo Juan de la Cosa, natural de Santoña y vecino de la villa andaluza del Puerto de Santa María. Se embarcó como maestre de su navío junto a Colón y él mismo reclutó la tripulación, casi toda del norte de España. Colón debió alquilársela personalmente, acaso porque ya se conocieran desde antes, cuando pasó aquella temporada en casa del duque de Medinaceli, señor de la misma villa de la que De la Cosa era vecino. La Santa María, también conocida por la tripulación como La Gallega, no regresó del primer viaje debido a que encalló el 25 de diciembre de 1492 en la costa norte de La Española. Su propietario sería después debidamente indemnizado por los Reyes Católicos.

La carabela La Pinta, la más rápida de las tres, fue costeada por los vecinos de Palos y puesta a punto en los astilleros de dicha villa. La comandaba Martín Alonso Pinzón y debió elegirla él mismo, acaso porque la tuvo en otro tiempo a su servicio y la conocía muy bien. El dueño era el paleño Cristóbal Quintero, quien formó parte de la expedición muy a su pesar. Iba en calidad de simple marinero, cosa extraña para ser el propietario. El nombre de Pinta con el que se le conocía, acaso se debiera al apellido Pinto de su primer dueño, manteniéndose por la fuerza de la costumbre aún después de ser adquirida por Quintero.

De los astilleros de Moguer procedía la segunda carabela costeada por los vecinos de Palos: La Niña, nombre con el que vulgarmente todos la conocían por ser su propietario Juan Niño. Su nombre oficial era el de Santa Clara, si bien predominaba casi siempre la denominación vulgar. Capitaneaba esta carabela Vicente Yáñez Pinzón.

Sobre el tonelaje de estos navíos se ha escrito mucho y sin acuerdo. La Santa María desplazaría unas 150; La Pinta, unas 100, y un poco menos La Niña. Aunque son diferentes las cifras dadas para el número de acompañantes de Colón, probablemente las más cercanas sean las aportadas por el historiador y cronista Hernando Colón y las del padre Las Casas que consideran fueron 90.

El presupuesto de la armada descubridora era aproximadamente de unos dos cuentos (o millones) de maravedíes según los cronistas. No se conoce documentalmente la cifra exacta. Se sabe, eso sí, que no fue costeada exclusivamente por la Corona, sino también por la Villa de Palos y por Colón. La parte de los monarcas montaba 1,140,000 maravedís, cantidad que no salió de las arcas reales ni del embargo de las joyas de la reina, como se ha querido contar después sin fundamento, sino de la hacienda del judío converso y banquero real don Luis de Santángel. Los vecinos de Palos debían poner a punto y a su costa dos carabelas para servir a sus altezas durante dos meses. Pesaba sobre ellos una condena que el Consejo Real, “por algunas cosas fechas e cometidas por vosotros en deservicio nuestro”, había dictado tiempo atrás. Ahora reclamaban los soberanos ese servicio. En total, unos 400,000 maravedíes.

Si se cumplió al pie de la letra el quinto apartado de las Capitulaciones de Santa Fe, le correspondería aportar al Almirante de la Mar Oceana la octava parte del gasto de la Armada, es decir, cerca de 250,000 maravedís, mucho dinero para un hombre a quien nos pintan pobre y necesitado durante esos años. Probablemente el prestamista de Colón haya sido el mercader florentino Juanoto Bernardi.

Se dice que lo que la reina puso es el equivalente a lo que hubiese gastado en dos banquetes reales, y que Colón quiso ponerle a la Santa María, Santa Isabel, pero que desistió por temor al carácter irascible de la monarca.

Colón había centrado su atención en las jarcias de los buques; en aquellos tiempos, cuando la mayor parte de los armadores mercantes estaban equipando sus buques con velas cuadradas para darles mayor empuje y por ende mayor capacidad de carga, el almirante había insistido en armarlos con la vela latina. Ya que esta podría ser maniobrada con agilidad, permitía rápidas bordadas y para una travesía ignota, un barco incapaz de cambiar de rumbo y aprovechar todo soplo de viento, no servía para nada. Esta previsión les salvó la vida muchas veces en el continente que avistarían 71 días después.

(Continuará).

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