Personajes Alfonso Diez |
Toda mi vida he cenado el 31 de diciembre con mi familia. Desde los
primeros festejos que recuerdo, con los primeros minutos del nuevo año nos
abrazábamos, para desearnos felicidad, salud, éxito y el logro de nuestros
propósitos en el año que apenas iniciaba, igual que lo hacemos ahora.
En una ocasión, hace algunos años, me detuve en casa de uno de mis
colaboradores en la revista de corte político que dirigía para brindar con él y
su familia, correspondiendo a su invitación. A su cena de fin de año asistían
además amigos mutuos. Le tocó decir unas palabras a un conocido analista
político que militaba en un partido de izquierda. Se lamentó de la situación
por la que atravesaba el país y de manera triste, lastimosa, deseó a los que lo
escuchábamos que el nuevo año pudiera ser mejor para todos. Levantamos nuestra
copa para acompañarlo en el brindis, pero el ambiente de pesadumbre parecía ser
el presagio para lo que restaba de la noche en esa casa. Era una noche de
festejo, así que traté de levantar el ánimo de los que se quedaban a cenar
enumerando logros y brindando por lo que parecían ser mejores tiempos para la
revista y en consecuencia para los que en ella laborábamos.
Cuando salí de esa casa, para reunirme
con mi familia, alrededor de las nueve de la noche del 31, me fui meditando en
los enormes contrastes que se dan en los diferentes hogares que festejan la
llegada del nuevo año.
En todo el mundo hay muchos hogares que
no tienen ni para un pan, nunca, no sólo la noche del 31 de diciembre. Pero no
era el caso de la noche que relato. El analista en cuestión era un hombre de la
clase media que vivía igual que los demás en esa mesa, pero siempre se quejaba
de la situación “en la que nos tenía viviendo el gobierno”, al que culpaba de
todos sus males. No valoraba sus propios logros, no veía el futuro con
optimismo y decía que la única solución era la toma del poder por las clases
más necesitadas, para revertir los papeles.
Era pesimista. Como el del cuento: dos
niños habían pedido su regalo de reyes para el 6 de enero. Uno era muy
pesimista y el otro muy optimista. El primero pidió una bicicleta y el segundo
un caballo. Con el objetivo, de manera errónea, de equilibrar las cosas, el
padre le trajo la bicicleta al primero y le dejó materia fecal al segundo.
Cuando se levantaron, el pesimista estaba muy triste porque decía que en
cualquier momento podía sufrir un accidente con su bicicleta, y el optimista
estaba muy contento, decía “mira, me trajeron un caballo, ahí se hizo del baño,
pero lo ando buscando”.
Es el caso del analista mencionado, nunca
va a festejar una cena de fin de año. Y el relato es pertinente por las cabezas
que dan título a algunos artículos, precisamente de analistas políticos, de
diarios y revistas durante los primeros días de cada año.
Un muy conocida titula a su colaboración
en una revista semanal “Annus horribilisimus”, cuyo contenido se adivina, y en
el mismo semanario, otro colaborador da a su artículo el título de “Un año de
mal agüero”. Ambos viven de la crítica pesimista, aunque el segundo dice que el
siempre ha sido optimista, sin darse cuenta que sus análisis han estado siempre
impregnados de pesimismo.
Hay de todo en nuestros medios de
información, pero algunas plumas son conocidas por quejarse siempre de lo que
para ellos es sinónimo de poder, lo que los califica. Identifican a los sujetos
de los que se quejan con el padre malo. "Infancia es destino", decía Santiago
Ramírez y tales articulistas nunca, en consecuencia, le van a conceder puntos
buenos al padre que los maltrató o los abandonó, como tampoco a los que
identifican con él.
Nuestro mundo está lleno de contrastes:
Miseria y opulencia, guerra y paz, cultura e ignorancia, democracia y
dictadura. Y así es también México, una nación que ha pasado por diversas
guerras: de conquista, de independencia, contra el invasor extranjero, contra
el dictador y entre facciones “revolucionarias”. Igual que en otros países.
Pero inclusive por el propio bienestar no
podemos vivir quejándonos de todo. ¿Algo no nos gusta, o no nos parece
correcto? De acuerdo, señalemos civilizadamente las fallas, pero también los
aciertos. Hagamos propuestas, no solamente descalificaciones.
A las nuevas generaciones hay que
animarlas a vivir con el ímpetu que les puede dar la esperanza de lograr sus
aspiraciones y de vencer los contratiempos. Claro, hay que darles armas, la de
la educación, el trabajo, el amor, la ética; una buena estructura, en otras
palabras. Recordemos que el pesimista nunca ha vencido, nunca ha llegado a buen
puerto y en muchas ocasiones, su nave ni siquiera ha despegado.
Así que, borrón y cuenta nueva. ¿Qué nos espera para este año? ¿Seremos optimistas o pesimistas? ¿Lograremos lo que nos hemos propuesto? Lo primero, claro, es proponérnoslo. ¿Y de quién depende? Solamente de nosotros. Entonces, parece frase hecha, pero no lo es: nunca es tarde, éste es el momento de comenzar. |