Personajes

Alfonso Diez

alfonso@codigodiez.mx

El Secreto del Presidente

Tras muchas vicisitudes, retomo la pluma, o como decía Fray Luis de León: “Decíamos ayer…”

No voy a aburrirlos contándoles todas las que tuve que pasar, que me impidieron seguir adelante con Código Diez. Una de ellas, primordial, fue la salud… Pero estoy de regreso y espero seguir adelante por mucho tiempo.

Hay, desde luego, muchas noticias pendientes, muchas historias qué contar que espero desmenuzar cada semana, con cada nueva edición de Código Diez, que esperamos pueda aparecer cada jueves.

Hace unos días presentamos en el Castillo de Chapultepec la nueva edición del libro de Armando Victoria, “El Águila Negra”, acerca del primer presidente de México, Guadalupe Victoria, que era su antepasado. Habíamos hecho el anuncio de tal nueva edición en “estas páginas” hace meses y recibí muchos correos electrónicos de lectores interesados en adquirirlo, por lo que con esta mención les respondo con la buena noticia.

Para más datos acerca de cómo adquirirlo, hay un anuncio en otra parte de la página principal de este Código Diez (quedan pocos ejemplares).

El caso es que fui uno de los que presentaron el libro, con el encargo específico de Armando Victoria de que hablara de Tlapacoyan, El Jobo, Guadalupe Victoria y de los descubrimientos que logré acerca de quien fue su esposa, María Antonia Bretón; en otras palabras, que diera por primera vez, en público, un adelanto de otro libro, el que acabo de terminar de escribir con estos temas y otros más como centrales.

Lo que compartí con quienes me escucharon ese día, lo comparto ahora con usted, apreciable lector.

Incluyo ahora una pequeña parte de las líneas que conforman mi libro junto a hechos por todos conocidos como eje del relato.

La vida de Guadalupe Victoria estuvo impregnada de misterios, secretos, tragedias y actos de heroísmo.

Pero, su vida privada había permanecido oculta. Los archivos que contienen todo lo referente a esa misteriosa dama que fue su esposa, María Antonia Bretón, estuvieron sepultados durante siglo y medio.

Hace doscientos años Guadalupe Victoria abandonó la universidad para unirse a las fuerzas de Morelos en la lucha por la independencia de un país que se convertiría en lo que hoy es México.

Casi década y media después se convirtió en el primer presidente de esta nación y al terminar su mandato se dirigió al lugar que había elegido para pasar sus últimos años: su hacienda El Jobo, enclavada en el municipio de Tlapacoyan, la hacienda más grande del estado de Veracruz y una de las mayores de la república.

Año y medio antes de morir se casó con una mujer que a lo largo de 150 años ha permanecido en el misterio. Muchos historiadores, investigadores, periodistas, novelistas han buscado pistas para desentrañarlo, pero han fracasado. Como si se tratara de un tesoro oculto que se resiste a ser descubierto, así se ha mantenido la verdadera identidad de María Antonia Bretón. ¿Quién era esa dama misteriosa? ¿Quiénes eran sus padres y, en consecuencia, cuál era su segundo apellido? ¿Dónde nació? ¿Cuándo murió en realidad? ¿Tuvo hijos? ¿Qué le pasó después de la muerte de su esposo? ¿Por qué el misterio? ¿Qué secreto ocultaba su identidad? Hubo quién erróneamente, en el afán por dar a conocer datos ocultos que no había descubierto, le adjudicó una personalidad y un lugar de nacimiento que no le correspondían. Y por desgracia, una población que develó placas en memoria de la ciudadana distinguida y le ha programado homenajes creyendo que era nativa del lugar se llevará la sorpresa de descubrir que no nació ahí.

Ese tesoro, los documentos que responden a todas las preguntas anteriores y más, ese archivo enterrado durante tantos años por fin ha aparecido. Tuve la suerte de encontrarlo y hoy, por primera vez, doy a conocer unos cuantos datos de un libro que acabo de terminar de escribir y en el que se develan los misterios.

Pero hay más: ¿Qué pasó con El Jobo a la muerte de Victoria, su propietario? ¿Qué personajes se quedaron con la hacienda? ¿Qué figuras históricas pasaron por ahí y qué eventos importantes se desarrollaron tanto en ese lugar a cinco kilómetros de la ciudad de Tlapacoyan, como en esta población y en toda la enorme extensión que fue propiedad del primer presidente de México?

¿Qué tienen que ver Rafael Guízar y Valencia y los Ávila Camacho con El Jobo y con la región? ¿Cómo llegaron Maximino y Margarita a “Arráncame la vida”? ¿Cuáles son las claves de la novela y de la película? ¿Y después…?

Todos ellos guardaron secretos trascendentales, tanto que, en algunos casos fueron preservados en el ámbito de sus descendientes por varias generaciones a lo largo de dos siglos. Y lo hicieron así porque los consideraban secretos inconfesables.

Mis dudas surgieron hace muchos años, tantos como mi edad.

Teníamos la cama y el comedor que pertenecieron al presidente Guadalupe Victoria en nuestra casa de Tlapacoyan. Habíamos sido dueños de la hacienda El Jobo, que se localiza a cinco kilómetros de distancia de Tlapacoyan rumbo a Martínez de la Torre.

Al vender El Jobo nos quedamos con los muebles mencionados. Pero luego surgieron otras dudas y más allá de este punto, muchos años después, hasta ahora, supe del secreto que el ex presidente mantuvo oculto hasta su muerte. Un secreto que pasó de generación en generación hasta la época actual.

Al año de tomar posesión como presidente compró El Jobo, en 1825.

El 29 de noviembre de 1841 se casó con María Antonia Bretón y se la llevó a vivir a su hacienda. Menos de siete meses después, el recién casado viajó a la Ciudad de México para suscribir su testamento. De regreso en El Jobo con María Antonia comenzaron a agravarse los males que aquejaban al general: ataques epilépticos y problemas cardiacos.

Casi para terminar el año de 1842, el médico militar que le envió el gobierno lo sacó de ahí, muy enfermo, con la intención de que se recuperara en Tlapacoyan.

Durante los 17 años que duró como propietario de la hacienda, Victoria estuvo muchas veces en Tlapacoyan, algunas solamente de paso hacia El Jobo o de regreso del mismo hacia Puebla, el puerto de Veracruz, la Ciudad de México… Y en otras ocasiones para comprar provisiones, mandar telegramas, correo, envíos diversos y/o recogerlos.

De Tlapacoyan fue trasladado a Teziutlán, donde el 19 de diciembre de ese 1842 hizo un anexo a su testamento, e inmediatamente después se lo llevaron a Perote, a la Fortaleza de San Carlos, también en Veracruz, donde murió el 21 de marzo de 1843.

Pero, ¿Cómo era entonces Tlapacoyan? ¿Cómo era, cómo fue durante el siglo XX y cómo es en la actualidad esa población que fue parte de la última morada del ex presidente?

A una altura de más o menos 500 metros sobre el nivel del mar, al pie de la montaña que baja de Teziutlán y por lo mismo al comenzar esa planicie de 60 kilómetros que termina en lo que ahora conocemos como Costa Esmeralda, esta ciudad ha sufrido embates como las ocho batallas que culminaron con la pérdida de éste que era un enclave republicano y que se conoce como La Batalla de Tlapacoyan, que enfrentó a un puñado de valientes contra los invasores austriacos en 1865. Tuvo su época de grandeza prehispánica. De ese pasado apenas se han  descubierto los cimientos y se avizora un centro de población insospechado, que sólo a medida que avancen las exploraciones se conocerá en toda su magnitud.

Algo tiene Tlapacoyan que atrapa a aquél que camina por sus calles. Tiene ángel, tiene magia, un pasado maravilloso que esconde un misterio todavía no develado. Suena excesivo y no lo es.

La ciudad ofrece muchos atractivos y aunque el más conocido sea el de Filobobos, por los “rápidos” que visitan turistas nacionales y extranjeros, cuenta con una zona arqueológica cercana a estos que dará de qué hablar cuando el INAH haga las exploraciones necesarias.

Su exquisita y variada cocina incluye: Las Acamayas, los Chilahuates, el Chileatole, las Garnachas, los Huevos en salsa verde… Se cosecha plátano y naranja.

En El Encanto, hay una cascada que va a dar a una sección de los “rápidos” y en la carretera que viene de Atzalan, poco antes de llegar a Tlapacoyan, hay otra cascada muy visitada, la de Tomata.

La llamada Costa Esmeralda de Veracruz está a 60 kilómetros de distancia.

Muchos años antes de que Rafael Guízar y Valencia fuera beatificado y posteriormente canonizado por El Vaticano estuvo en El Jobo y en Tlapacoyan. Fue en la etapa más dura de su vida, cuando sufrió una persecución feroz por parte del que entonces era gobernador de Veracruz, Adalberto Tejeda; tanto, que casi le cuesta la vida.

El día que Guízar y Valencia llegó a la hacienda sólo estaba uno de los hermanos Diez Cano, Alejandro, con sus papás, Carlos Diez Bello y Virginia Cano Libreros; y desde luego, los empleados. Se armó la fiesta. Cuando le dieron la bienvenida al obispo éste exclamó: “Hasta que se me hizo conocer el famoso Jobo”, según recuerda Alejandro. Lo pasaron al comedor y le dieron un suculento almuerzo de tamales y atole. Luego lo llevaron a la pequeña iglesia dedicada a San Joaquín y Alejandro recibió la ostia de su primera comunión de manos del obispo. Después, Guízar procedió a dar la primera comunión a los otros niños que vivían en la hacienda.

Finalmente, por ahora, algunas respuestas:

María Antonia Bretón y Blázquez fue una mujer a la que la vida le puso condiciones. A los dos días de nacida fue llevada a bautizar a una iglesia distante sesenta kilómetros de la población en que había nacido. No lo hicieron en su pueblo “para proteger el honor de su verdadero padre”, José María Bretón. Por la misma razón y para proteger a su propia familia su madre dio un nombre falso a la hora de elaborar la partida de nacimiento en la iglesia. Años después, su padre hizo los trámites eclesiásticos correspondientes, por un lado, y legales, por otro, para que su hija fuera reconocida como legítima de él, tanto por la Iglesia como por el gobierno de Puebla. María Antonia se casó a los 27 años de edad con el que había sido Presidente de México, Guadalupe Victoria y menos de un año cuatro meses después enviudó. La hacienda El Jobo, que le heredó su esposo, pareciera como si nunca hubiera sido realmente de ella, porque el apoderado de Victoria y posible hijo logró la venta de la misma hasta seis años después de la muerte de María Antonia. Pero ella heredó dos de las más grandes haciendas del estado de Puebla y de la república: Jalapasco y Concepción del Malpaís. Su papá murió en 1848 y al poco tiempo ella se casó con su primo hermano, José de la Luz Rosains y Bretón. María Antonia nació y murió con un problema que le impidió llevar una vida plena. Embarazada finalmente, como era su deseo, falleció con el hijo en sus entrañas el 3 de septiembre de 1851, a los 37 años de edad.

La sepultaron en la capilla de su hacienda. En 1936, la autoridad municipal autorizó a la Funeraria Gayosso, tras la solicitud de los nuevos dueños, para que se desenterraran los restos de los familiares de estos últimos y fueran trasladados al Panteón Español. Atrás de la iglesia quedan unas cuantas tumbas, lo mismo que en el panteón de la hacienda. Escondida por la maleza hay una lápida que solamente dice “Ma. Ant…”, lo que, sumado a otros datos, permite conocer el nombre completo de la persona que yace en esa tumba olvidada.

¿Y Guadalupe Victoria? Al enterarse de su muerte, Manuel Payno lo recordaba con tristeza, decía que “Parece increíble que ese hombre pacífico, ese anciano que veíamos casi arrastrarse desconocido y triste por las calles de México era el mismo que arrojó su espada del otro lado de un parapeto realista y voló por ella entre una nube de fuego y de metralla”.

Cuando murió, en consecuencia, era un anciano de 56 años de edad “que veían arrastrarse desconocido y triste por las calles de México”. Su corazón ya estaba muy crecido, muy dañado. María Antonia estuvo con él hasta el final, cuando Victoria, haciendo un admirable esfuerzo, resistió el golpe de las enfermedades más allá de lo que humanamente se puede esperar.

El Congreso de la Unión lo declaró Benemérito de la Patria el 25 de agosto de 1843. Cinco meses después de su muerte.

Poco más de 13 años después, Rafael Martínez de la Torre compró El Jobo y el 28 de diciembre de 1878, su hijo se lo vendió a Juan B. Diez, mi bisabuelo. La hacienda permaneció en poder de mi familia durante más de siete décadas.

Por mi parte, tengo la suerte de haber conocido a los últimos Victoria, los descendientes de Ildefonsa Reyes, entre los que se encuentra Luis Armando Victoria Santamaría, autor de “El Águila Negra”. Nuestra amistad viene de años atrás y el encuentro familiar se dio cuando su papá y su tío Felipe investigaban para el libro que escribió este último acerca de Guadalupe Victoria. Fueron a Tlapacoyan y mi tío Alejandro los llevó al Jobo. Era el año de 1944; conocí también a los que descienden del apoderado y posible hijo de Victoria, Francisco de Paula López Romero. Con uno de ellos, Leopoldo Federico López González, sostuve pláticas enriquecedoras; al capitán Armando Victoria, otro Armando, de otra rama, que tiene un enorme parecido tanto con nuestro autor, como con Leopoldo Federico; y a los últimos Rosains. En todos los casos, son los últimos hasta hoy, pero la línea sigue. Departí con ellos. He escuchado de todos su versión, sus historias, sus impresiones. Se trata de personas nobles, trabajadoras, inteligentes, en las que se percibe la altura de miras. Eso me lo dio el libro que recién terminé y es más que suficiente para sentirme agradecido y con la satisfacción de haberlo podido escribir.

Y poderles decir: ¡Misión cumplida!

Desafortunadamente, el espacio para un “Personajes” es limitado; sin embargo, las respuestas a todas las interrogantes planteadas antes se encuentran en mi libro.

El plan inicial para su publicación cambió y ahora estoy negociando con dos editores. Espero que pronto se publique. Los posibles títulos del mismo son: El Secreto del Presidente” (mismo que lleva este Personajes) y “La tumba olvidada”. Los subtítulos que considero son: “Tras la huella de María Antonia Bretón” y “Las claves de Arráncame la vida”.

Espero pronto poder dar la noticia de que ha sido editado y está a la venta.

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