Poesías inolvidables

A mi nieto

Cuando puedas leer este mensaje

es posible que yo ya me haya ido,

pero me habré llevado en ese viaje

el brillo de tus ojos y el sonido

de tu inocente voz como equipaje.

 

Yo soy aquél que te intuyó el primero,

el que al verte nacer cambió de estado,

el que con chaparreras y sombrero

va montando el caballo colorado

de la pintura grande del sillero.

 

No es gesto de altanera bizarría

si clavo la mirada en lontananza,

es tan sólo una llama de alegría,

porque antes de morir llegará el día

de revivir, con sangre mi esperanza.

 

Esa sangre es la mía, la heredada

(de mi padre), del padre de mi padre y de su abuelo;

sencilla estirpe, que jamás manchada

supo mirar la vida sin recelo

y ahora comienza en ti nueva jornada.

 

No busques oro ni plata en mi escarcela,

lo que heredé en tu manita cabe,

te dejo algo mejor, la dulce y suave

hombría de bien que me formó en su escuela

y mantendrá mi vida hasta que acabe.

 

Cuando puedas usar mis chaparreras,

cuando te queden justas mis arciones,

cuando mi espuela fija en tus talones

lleve el compás, en tardes domingueras,

de un jarabe con giros retozones.

 

Cuando en tu joven labio apunte el bozo,

domines el vigor de un cuaco entero,

entres como señor al coleadero

y rubores esconda algún rebozo

porque te vieron bravo y caballero.

 

Entonces, sólo entonces, de mis sillas

podrás seleccionar la que te guste,

no pienses en bordados ni en hebillas,

a la hora de elegir elige el fuste

que puedas dominar con tus canillas.

 

Un charro es al nacer un caballero,

ante el mundo que envidia su figura

ha de llevar seguro, no altanero,

en la silla un machete, fino acero

y la mejor pistola en la cintura.

 

Uno y otra no deben ser motivo

para sentirte fuerte y dominante;

si eres fuerte sé humilde y no agresivo,

si buscas amistad sé comprensivo,

si sabes dominar, sé tolerante.

 

Austreberto Aragón, viejo espadero,

en su rústica fragua de Antequera

templó las hojas y grabó el letrero

de todos mis machetes, con cualquiera

podrás formar un círculo de acero.

 

Imítalos, mañana sé como ellos,

limpio, resplandeciente en la contienda,

encegueciendo el mal con tus destellos,

no doblándote nunca frente a ellos

y no hiriendo sin causa que te ofenda.

 

Y cuando mi pistola esté en tus manos,

no la saques sin causa y sin razones,

está limpia de sangre, en ocasiones

es mejor despreciar a los enanos

que enterrar en su tumba sus baldones.

 

Yo ya no lo veré, pero es mi anhelo

que en fiesta nacional, como es costumbre,

con tu mirada retadora al cielo

vibre al verte pasar la muchedumbre,

cabalgando en la silla de tu abuelo.

 

Delfín Sánchez Juárez

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