La oración del niño


Se detuvo ante el casto crucifijo,
ante el altar, se arrodilló con calma
y ante la imagen del Señor, dijo,
con voz que exhaló de su alma:

Jesús, mi buen Jesús, aunque te imploro,
sabe que a mis amigos no hago daño,
es que en casa no hay pan, por eso lloro,
mírame bien a los ojos, no te engaño.

Es mi madre quien dice que soy bueno,
y como a mí esto me llena de alegría,
te puedo asegurar que no me apeno
por dejar de comer durante el día.

Pero mis hermanitos… Y mi hermana,
la más pequeña, la graciosa Friso,
no comen desde ayer por la mañana
y como tienen hambre, te lo aviso.

Bueno, bueno, ya sé, tal vez por otros
nos abandonas y si tal hicieras,
algún día te acordarás de nosotros,
y de la pobre Friso, aunque no quieras.

Y de aquel altar ante las gradas,
cual implume pájaro en su nido,
clavadas en el Cristo las miradas,
pensando en Friso, se quedó dormido.

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