Poesías inolvidables

Tengo el caballo a la puerta

Tengo el caballo a la puerta,

¿te quieres venir conmigo?.

Yo no te obligo.

Sólo te brindo ocasión

de darte en mi soledad

una casa, un corazón

y un cariño de verdad.

 

¿Qué no quieres...? Allá penas.

Mientras yo tenga en mis venas

sangre de piropo y ronda;

mientras, por mas que se esconda,

no haya mujer que resista

este pase de conquista

de los vuelos de mi capa;

mientras la flor que se tapa

con clavel y celosía

se asome a verme pasar

pensando en la Vicaría;

y mientras de par en par

se abran a mi reclamo

el corazón donde llamo

y la boca donde toco...

a mi se me importa poco

que quieras o que no quieras

ser dueña de mi fortuna.

Hay mucha espiga en las eras

para pensar sólo en una.

 

Y mira lo que te digo:

un día deje la luna

porque no quiso venir

conmigo.

 

Y no me costó ninguna

fatiga romper cadenas.

Con esto quiero decir

que a ti, que no eres la luna,

me costará menos pena

dejarte, si lo prefieres.

Me sobran a mí mujeres.

 

De modo que tú dirás;

si me das el sí, tendrás

beso blando, brazo fuerte,

casa, cariño y corona

y, si es preciso, mi muerte

por defender tu persona.

 

¿Qué no quieres...?

No hay que hablar

de olvidos ni sufrimientos:

que tengo yo muchos vientos

por donde poder volar.

Y me iré calle adelante,

sin fatiga y sin desplante,

con una copla de mayo

saltando en el corazón

mientras me acompaña el son

el paso de mi caballo:

 

-Voy a la esquina a cambiar

por una rosa otra rosa,

y a ver quien lo va a notar;

que si una rosa es hermosa...

la otra... no se queda atrás

 

En fin; no quiero hablar más

de lo que ya no precisa

más explicación.

 

Mi corazón va deprisa

y no le gusta perder

tiempo en la conversación,

mientras se pueda entender

a besos por los balcones,

Y, torero sin fracaso,

pueda torear al paso

cinturas y corazones.

 

Ya lo sabes; junto al río

tengo un huerto de limones

Y un arroyito de frío

que va sembrando canciones.

Y en la loma

tengo un blanco caserío

como una blanca paloma

que se asoma

para beber en el río.

 

Y entre arrayán y romero

un beso sin estrenar

que está diciendo me muero

porque no puede aguardar.

 

Y creciendo junto a una

rosita sin jardinero

tengo la flor de un te quiero

para tu pelo de luna.

 

Todo esto, junto al río,

en mi cabaña desierta.

Piénsalo bien, amor mío...

Tengo el caballo a la puerta.

 

Manuel Benítez Carrasco

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