Personajes

Alfonso Diez

alfonso@codigodiez.mx

El dálmata que vaga, como alma en pena

Dos historias anteriores publicadas en "Personajes" son los antecedentes de la que voy a relatar ahora. Se trata de El árbol que murió de amor y La mujer que se convirtió en árbol.

En la primera, describo cómo fue que un árbol al que todos los días abrazaba con pasión Irina se cayó cuando ella dejó de caminar por el lugar y, en consecuencia, lo abandonó.

 

En la segunda, Irina regresa y encuentra a su árbol tirado en el piso. Una viejecita que la vio ahí parada, observando con tristeza cómo ese tronco que le dio tanta energía había dejado de existir, nos platicó al otro día que le parecía muy raro que en ese mismo sitio ella, de repente, hubiera desaparecido para dar lugar a un nuevo árbol con figura de mujer.

Ambos casos se antojan fantásticos, increíbles, como lo es lo que sucedió después.

Irina iba todos los días a caminar acompañada de su perro, un dálmata. Ella era médico, colombiana y con frecuencia nos platicaba de sus problemas. De cómo se había cambiado de departamento y por esa razón era más frecuente verla del otro lado del río y no tanto del que acostumbrábamos recorrer nosotros durante una hora todas las mañanas; al decir "nosotros" me refiero a Agustín, Juan Mario y el que esto escribe. Ángeles se nos une dos o tres veces por semana. Con menos frecuencia llegan Gildardo y Lucía.

El dálmata de Irina apareció hace poco. ¿Por qué ahora? No lo sabemos. No lo esperábamos, Se paró a un lado del andador que se encuentra en la parte alta; miraba hacia abajo, hacia donde Irina se pegaba a su árbol, como buscándola. Ve el árbol con figura de mujer y parece dudar, o no acepta que ya no esté su dueña, la extraña. Luego desaparece. Lo hemos visto dos veces, hasta ahora, y solamente en la mañana. Tras unos minutos ahí, simplemente parado, observando el área, levanta la cabeza, el hocico y se pone a aullar, volteando hacia un lado y después hacia el otro. Conforme nos alejamos su aullido disminuye, pero se escucha lejos. Al regresar, de vuelta en nuestra caminata, ya no está.

¿Qué hará? ¿Quién le da de comer? ¿Dónde vive?

Para dar respuesta a estas preguntas tendríamos que saber más de Irina, pero no tenemos manera de averiguar algo sobre ella, no conocemos a ninguno de sus familiares. ¿Trajo a alguno de Colombia? De Barranquilla, para ser precisos, recordando algo de la poca información que nos proporcionó cuando venía.

Caminamos, vemos los pocos restos que quedan del árbol que se cayó, el que ïrina decía que le daba energía; observamos otro, el árbol que pareciera tener cuerpo de mujer y ahora viene esto, el dálmata que perdió a su querida dueña viene a aullar a la misma hora que daba su paseo cotidiano con ella, la extraña.

No dejamos de preguntarnos: ¿Qué tanto de todo esto es fantasía? ¿Cuál es la realidad? La línea que separa una de otra es tal vez muy delgada, ¿Cabe la posibilidad de que se rompa? No cabe duda, la fantasía es más sorprendente que la realidad.

El dálmata aparece y desaparece como ráfaga de misterio.

¿De dónde viene? ¿A dónde va?

Pareciera, sin exagerar, que es un alma en pena que vaga tratando de encontrar a su dueña.

 

Y ahora, un extra:

El paisaje que recorremos

 

 

El andador mide, en la parte alta un kilómetro con cincuenta metros. Son dos carriles de este tipo, uno a cada lado del río. En la parte baja hay otros dos andadores, paralelos a los otros, que miden ochocientos metros. Caminamos por ellos de ida y vuelta tres veces y un poco más, lo que significa que recorremos cinco kilómetros todos los días, durante una hora, de 8 a 9 de la mañana.

En el río que corre entre los andadores teníamos muchos patos y gansos, ya no quedan tantos. Los consiguió como donación Alejandro de la Vega hace años y los que corríamos por ahí cotidianamente nos unimos en lo que él llamó Club de Patos. Había entonces muchos amigos que han desaparecido, Roberto Macías, Armando Alvarado, Humberto Giordano; Octavio, del que ya no hemos sabido nada; Ricardo, quien es médico veterinario acude ya ocasionalmente; Lalo Echánove ya no va tanto como antes. Con frecuencia, temprano y sobre todo los fines de semana acuden los pescadores a buscar tilapias. Por los árboles corren las ardillas y alguna vez vimos sobrevolar un águila.

A la mitad de "nuestro andador" hay un pequeño restaurant, "El Jacalito", concesionado al buen amigo Toño y a la entrada de éste hay un pequeño espacio en el que la instructora Ada se reúne todas las mañanas con un grupo de discípulas para practicar zumba, la rutina que incluye baile y ejercicio para estar en forma. A veces tocan música de los sesentas, que nos parece agradable, a pesar del pésimo equipo de sonido que manejan.

He mencionado antes la pequeña plazoleta a la que llamamos Plaza Morelos, porque tiene junto al andador de la parte alta una estatua de Morelos y en la parte baja un espacio de aproximadamente veinte metros de largo por diez  en el que, también cotidianamente, se reúnen dos grupos para practicar el Feng Shui.

Ya es parte de la rutina saludar a muchos amigos que se cruzan en nuestro camino: Lupita, la esposa de Agustín, y sus cuatro amigas: Juanita, que es su prima, Olguita, Concha y Cristina; el matrimonio formado por dos médicos, el doctor Mújica y la doctora Macías, que viven junto al andador y que en ocasiones se ausentan para irse a su casa de Cuernavaca; la pareja que destaca porque ella es sumamente delgada y siempre tiene una bella sonrisa a flor de labios (como dicen los clásicos); Teo, canoso, de ojos verdes, que siempre fue muy mujeriego y ahora se le nota el cansancio de los años; Pili, con su perro Lucas; Estelita, la maestra universitaria del norte, pensionada, con una voz bien colocada, pastosa y profunda, que tiene un perro que se llama vicu (que quiere decir perro en alguna lengua indígena); el instructor de boxeo que parece improvisado, con el dentista alto y gordo que funge como su discípulo, pero que no parece avanzar porque sólo lanza pequeños giros al aire, en lugar de tirar golpes fuertes.

Todo eso es parte del paisaje que recorremos. En la variedad está el gusto, no cabe duda.

Esa variedad incluye, hay que recordarlo, sucesos como el caso de la medalla misteriosa de Armando Alvarado Flores, la mujer que tuvo un feto en su vientre durante siete años, el árbol que murió de amor, la mujer que se convirtió en árbol y el dálmata que vaga, como alma en pena, tratando de encontrar a su dueña.

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